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Manzanillo.— Los días de Germán comenzaban temprano, se despertaba para ir a la escuela, preparaba su desayuno y a las 8:30 ya estaba esperando el transporte público que lo llevaría a la preparatoria, a veces alcanzaba a despedirse de su mamá al pasar por el kiosco donde ambos trabajaban; a esa hora ella terminaba su turno, que empezaba cada noche a las 23:00 horas.

Cerca del mediodía Germán volvía de la escuela, pasaba un rato al cibercafé de Adán, un joven de 28 años que le ayudaba a conseguir las piezas para armar la computadora que quería —“una bien chingona” para poder jugar— y antes de las cuatro regresaba a casa para comer e irse a cubrir su turno en la tienda, que se extendía hasta las 11:00 de la noche.

En ese mismo kiosco Germán fue asesinado el domingo pasado durante un asalto, uno de los tres delincuentes que entraron a robar le disparó a quemarropa por la espalda cuando él ya estaba hincado y no oponía ninguna resistencia.

¿Por qué esa saña contra mi hijo Germán?
¿Por qué esa saña contra mi hijo Germán?

Ningún rótulo indica el nombre de la calle donde vivía Germán, la terracería va bordeando las vías del tren que se internan en el puerto interior de Manzanillo, el polvo parece oprimido por el sol que cae a plomo y únicamente se levanta cuando alguien lo patea en su caminar apresurado para escapar del calor.

Tampoco hay número afuera de su casa, acaso son 200 metros desde la tienda en la que lo asesinaron; un almendro grande resguarda la entrada desde donde pueden verse las enormes grúas que llenan de carga los buques transoceánicos.

Hasta este lugar donde el tiempo se detuvo llegó ayer el gobernador de Colima, Ignacio Peralta Sánchez, para condolerse y ofrecer apoyo; habló con Rosa Elia, la madre de Germán, quien aún viste de blanco, como el martes, cuando lo enterraron y decenas de personas eligieron ese color para protestar por la violencia que desde hace años, aseguran, irrumpió en este lado del Pacífico.

“Ofreció muchas cosas, pero la verdad eso no me interesa, yo quiero que agarren a los culpables y que nos digan quiénes son para preguntarles por qué esa saña contra mi hijo”, dice Rosa con calma.

Parece estar en paz, no quiere más entrevistas porque está cansada, pero no se niega a hablar de su hijo pequeño: “Tengo otro más grande, Gonzalo, que vive en Guadalajara y se vino en cuanto supo… está muy triste mi tiburón, son mi tiburón y mi pescadito, porque así eran, siempre andaban juntos… ¿no ha visto que los tiburones siempre traen un pescadito que anda alrededor de ellos?”.

El cariño con el que se refiere a Germán muestra que sigue vivo en ella, lo recuerda responsable, trabajador, alegre, soñador, como un adolescente que empezaba a andar por sí solo.

“A los hijos los llevas de la mano al kínder, los llevas de la mano a la primaria, en la secundaria ya no quieren que los beses delante de la gente, pero todavía puedes tomarlo de la mano, pero en la prepa empiezan a soltarse para hacer su camino... en eso estaba mi hijo”, relata la madre mientras recuerda a su menor.

Rosa sabe que hay quien cuestiona que un joven de 15 años trabajara como cajero, y su respuesta es sencilla: “él quería hacerlo para comprar su computadora, nunca dejó de ir a la escuela por trabajar, porque también quería ser administrador de empresas; era honesto y por eso en noviembre lo subieron a cajero; al ciber iba cuando podía y ayudaba a atender y limpiar el lugar… cuando le dieron las llaves decía que ya era el gerente”.

Rosa procuraba llegar a las 9:00 o 10:00 de la noche a su turno en el kiosco para que Germán regresara antes a casa y durmiera para ir a la escuela; ella le guardaba los mil 900 pesos que ganaba a la quincena.

Un gran sentido de justicia. A un costado del jardín de la delegación de Tapeixtles, Adán atiende su cibercafé, un local de unos 35 metros cuadrados donde corren dos hileras de computadoras; al fondo, detrás de un monitor, su semblante no disimula el enojo, la molestia, la frustración, pero también la tristeza.

“Lo conocí aquí, pronto nos hicimos amigos y le tuve la confianza de darle las llaves del negocio para que abriera cuando yo no pudiera y me ayudara en algunas cosas; tenía un gran sentido de la justicia, por eso no puedo creer lo que le hicieron, no sé si exista palabra para nombrarlo”.

Adán trabajaba en materializar el sueño más próximo de Germán, una computadora “gamer” que en cualquier sitio costaría 20 mil pesos o más, pero que con su ayuda podría salir en la mitad: “A mí me dan precios de proveedor y estábamos planeando que fuera una computadora buena, que no le diera problemas con nada, le gustaba mucho jugar”.

Una nueva convocatoria para protestar por la muerte de este adolescente circula en redes sociales, la cita es el siguiente domingo, nuevamente vestidos de blanco para exigir justicia a las autoridades.

Antes de abandonar la sombra del almendro y entrar en su casa, Rosa sintetiza su tiempo con Germán: “A los hijos hay que quererlos, demostrárselo, aunque estés cansada, ponerles límites y reglas, pero nunca partirles el corazón”...

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