El día que murió su hijo, Estela Báez dice que presentía que algo iba a suceder. Recuerda que cuando conducía por las calles de Hermosillo, Sonora, vio cómo una nube de humo se esparcía por el sur de la ciudad y eso la estremeció, además de que sus nervios aumentaron con las sirenas de patrullas y ambulancias.

“Me dio miedo porque de ese lado estaba mi hijo, mi casa y la casa de mi mamá. Sentí que algo malo podría estar sucediendo y me podría afectar. Con ese sentimiento le hablé a mi esposo y me dijo que no me preocupara, pero conforme avanzaba me angustiaba”, relata.

Su temor se confirmó cuando llegó a la Guardería ABC y observó el lugar destruido: “Hermosillo se había convertido en un caos, me costó mucho trabajo llegar ahí, aunque el verdadero viacrucis empezó cuando tuvimos que recorrer hospital tras hospital buscando a nuestro hijo”.

Julio César era el tercer hijo de Estela, de cariño le decían Yeyé, porque era la palabra que pronunciaba cuando le preguntaban su nombre. Él fue uno de los 49 niños que fallecieron en el incendio ocurrido hace 10 años.

A pesar de que se trató de un tema que llamó la atención de todo el país, los familiares reclaman que la muerte de los pequeños ha quedado impune.

“En el transcurso de estos 10 años hemos padecido un dolor muy grande por la ausencia de nuestros hijos, pero también se han presentado situaciones en las que el mismo gobierno nos ha dado golpes y no nos ha atendido. Eso nos impide llevar un duelo como el de cualquier familia”, lamenta.

Estela dice que para salir de la depresión, en 2010 la sometieron a terapias electroconvulsivas, las cuales le dejaron problemas de memoria “y ahora hay algunas cosas que no recuerdo”.

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