Ciudad de México.- Venustiana López recuerda que su , solía ser un pueblo tranquilo y pacífico que salía adelante sin organizaciones sociales ni presencia de partidos políticos, hasta que personas armadas desataron una serie de balaceras el 26 de diciembre de 2020: asesinaron a cuatro y forzaron a 143 familias a salir huyendo.

Asustados y al ver que no paraban las balaceras, los habitantes se refugiaron en Yosoyuxi Copala.

A Venustiana, quien llevaba trabajando 15 años como educadora en Tierra Blanca, se le quiebra la voz al recordar lo que vio cuando la Guardia Nacional entró a la comunidad, el 6 de enero de 2021, en compañía de la población desplazada, a verificar los daños.

“Ahí fue donde encontramos a la tía María Petra López violada, muerta, en su domicilio, nosotros no pudimos hacer nada. Los policías que llegaron levantaron el cuerpo”, cuenta.

El 11 de enero, las familias retornaron en compañía de la policía estatal, la Guardia Nacional y funcionarios públicos. A los tres días, las fuerzas de seguridad se retiraron, y el 17 de enero, las personas armadas volvieron.

“Nos quedamos secuestrados, sin comida, sin agua, a unos metros se encontraban los paramilitares. No había acceso a nada, le tiraban a quien se moviera, hasta los pobres animales los mataban. Nosotros esperábamos la muerte, no esperábamos salir con vida”, dice.

“Al día siguiente, el 23 de enero, encontraron a los tíos descuartizados, Marcelino Ramírez y Tomás Martínez, eran señores de tercera edad que no tenían la culpa de nada. Hasta ahí nos creyó el Estado que sí pasaba algo en la comunidad”, agrega.

Junto con sus cuatro hijos, la educadora, igual que el resto de los desplazados, cumple un año de vivir en un plantón improvisado en el Centro Histórico de la capital del país.

Para Zoyla Martínez García, la esposa de Andrés Martínez López, el primer hombre que murió en las balaceras del 26 de diciembre de 2020, no hay justicia ni tranquilidad desde hace más de un año.

Ese día, cuenta, acababa de dar a luz y su esposo salió en su camioneta con tres de sus cinco hijos al centro del pueblo, en busca de víveres y tortillas.

Poco antes de llegar a su destino, fue atacado a balazos. Darwin, de un año y ocho meses; Sheila, de ocho años, y José Andrés, de 12, resultaron heridos.

“Como pude cargué a mi hijo Darwin Nelson y lo llevé hasta el hospital de Juxtlahuaca; ahí pedí una ambulancia para los otros dos niños, pero el edil nunca la mandó”, recuerda.

Sheila estuvo en coma durante una semana y el pequeño Darwin estuvo a punto de perder una pierna, pero los médicos lograron salvarlo.

La vida en el plantón es difícil, coinciden las mujeres, entre el granizo, el frío y las lluvias; sobreviven con el apoyo de turistas y de sus familiares que migraron a Estados Unidos.

“Pero nos aguantamos porque queremos regresar a nuestra comunidad, no queremos reubicación ni viviendas, no queremos perder nuestra costumbre, creencias, que nuestra lengua se pierda con nuestros hijos; porque están llevando otra vida fuera de la comunidad y no queremos eso”.

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afcl

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