Hueyapan.— Hubo una vez que los montes, cerros y montañas eran hombres que caminaban y convivían en las comunidades. Dos de ellos se quedaron en la memoria colectiva y son recordados por los grupos indígenas de Hueyapan, Ocoxaltepec y Tlalmimilulpan, situados a una distancia de entre 17 y 18 kilómetros en línea recta del volcán Popocatépetl.

Sus nombres no pierden vigencia: Gregorio y Celestino.

Gregorio era güelito (abuelito), humilde y bueno con la gente, mientras que Celestino era más joven, fuerte y arrogante, cuenta doña Vicenta Laredo Jiménez, de 92 años, reconocida en Hueyapan como una de las mujeres que más ha convivido con el volcán. Cada 1 de enero organiza subidas al coloso para llevar comida, flores, pan y sombreros para que Don Goyo se cubra del sol.

Vicenta custodia la memoria oral de sus ancestros y de cuando en cuando comparte a las nuevas generaciones de Hueyapan la convivencia armónica que tenían sus antepasados con el volcán.

Esa relación aleja el temor de sufrir daños en caso de una explosión mayor y, por el contrario, dicen, se sienten protegidos por el coloso porque les manda agua, montes y vida. De hecho, doña Vicenta prepara una visita el 1 de mayo para llevar comida y otras ofrendas y pedir lluvias para sus cultivos de temporal.

—¿Y llueve?, se le pregunta.

—Claro, enseguida nos manda agua, responde doña Vicenta.

—¿Y cómo era el Popocatépetl, según la leyenda?

—Había dos cerros, uno llamado Don Gregorio y otro Celestino o Cerro Gordo, y Diosito los mandó a una competencia y les dijo que el primero que llegara a la meta sería el rey del mundo.

“Ambos salieron a la par, pero el Cerro Gordo, joven, arrogante y flojo, tuvo sueño y decidió detener su marchar y dormir. ‘Si te vas, luego te alcanzo y te voy a pasar’, le dijo a Gregorio.

“Don Goyo era güelito, de caminar lento, y por eso Celestino se confió y pensó que pronto lo alcanzaría y lo rebasaría, pero el sueño lo atrapó por mucho tiempo y cuando despertó, Gregorio había alcanzado la meta y era el ‘rey del mundo’.

“Celestino se enojó y en represalia arrojó al volcán víboras, alacranes y todo lo que hallaba a su paso, pero Gregorio se mantuvo sereno, hasta que un día Celestino colmó su paciencia y respondió con un rayo que partió en pedazos a Cerro Gordo. En esos fragmentos se fundaron posteriormente Chalcatzingo y Tenango, ahora zonas arqueológicas.

“Eso nos platicaba mi abuelito y así se lo contaron sus abuelos”, comenta doña Vicenta. El relato es seguido por Bulmaro Hernández Escobar, un anciano que gusta de sentir el estruendo del volcán y se niega a irse en caso de erupción.

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