Torreón.— Juliana corrió con mochila y cobijas para tratar de alcanzar el tren que salió cerca de las 10:00 horas de Torreón rumbo a Ciudad Juárez.

Se le cayó un gatorade, pero no le importó. Siguió corriendo en los patios traseros de Ferromex, donde un grupo de cientos de migrantes salían después de varias horas de estar varados.

Juliana no lo alcanzó. El grupo que corrió a lado de ella optó por esperar y las risas no faltaron.

La mujer contó que tiene cuatro meses que salió de Venezuela, y apenas tenía una hora en Torreón después de llegar en tren desde la Ciudad de México. No esperaba que un tren saldría tan rápido.

Arriba de los vagones, cientos de migrantes emprendían su viaje a Ciudad Juárez.

“¡Amárrala fuerte, madre!”, le gritó un migrante desde tierra a una mujer con una niña arriba del tren. “¡Dios los bendiga!”, les gritaban los compañeros desde abajo. “¡Sí se puede!”, les animaban otros.

Los migrantes arriba del tren saludaban, hacían la señal de paz, gritaban “¡gracias México!” y sonreían, mientras iniciaban el último tramo del camino hacia la frontera norte.

Alrededor de mil migrantes eran los que viajaban trepados en el ferrocarril que salió con rumbo a Ciudad Juárez. Ferromex puso siete góndolas especiales para que viajaran sin peligro, pero fueron insuficientes, muchos otros quedaron arriba de los vagones; algunos montaron carpas para protegerse del sol. Un padre pasó a su niña para que la subieran. Una madre cobijó a su hija sobre el techo del tren.

Abajo, Juliana caminaba agitada de regreso a una acera junto a otro grupo de migrantes venezolanos que se han hecho amigos en el camino.

La mujer relató que salió de su país hace cuatro meses. Allá quedaron dos hijos, sus padres y el comercio donde trabajaba. Dijo que tuvo que dejar todo “por el gobierno”.

En México lleva ya tres meses, mismo tiempo que ha pedido una cita a las autoridades estadounidenses a través de la aplicación CBP One, sin éxito.

“Tomé la decisión de que me voy a entregar, no tengo más plata. Tengo tres meses aplicando por la cita y nada, nada que reviente”, comentó la migrante de 39 años.

¿No tiene miedo de que la deporten?, se le preguntó.

“Todo esto es un riesgo, pero el que no arriesga no gana”, respondió Juliana.

La migrante reconoció que la desesperación es mucha, y aun cuando ha querido hacer las cosas bien, teme que llegue el momento en que se quede totalmente sin dinero.

El tren, agregó Juliana, ha sido su única opción para cruzar el territorio mexicano, porque teme a los secuestros y extorsiones que sufren quienes deciden viajar por autobús, según le han contado otros migrantes. “Uno se arriesga, puede tener la plata, pero para viajar en bus es difícil”, explicó.

Juliana regresó a la acera con el grupo de migrantes que se ha convertido en su cuadrilla de amigos. Su mente está puesta en llegar a Ciudad Juárez. Según le comentaron, la tarde del jueves podría salir otro tren, al que pensaba subirse para llegar, por fin, a la frontera con Estados Unidos.

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