Ayutla.- El camino al panteón es cuesta arriba. Un enorme arco de madera forrado con flores de , terciopelo, hojas de níspero y naranjas que cuelgan, es la puerta de entrada y salida del mundo de los muertos.

La banda filarmónica toca música fúnebre como alabanzas para los fieles difuntos : “salgan, salgan ánimas en pena”, mientras mujeres, hombres y niños se preparan para traer a los difuntos al sitio de los vivos.

En San Pedro y San Pablo Ayutla, municipio ayuujk de la región mixe de Oaxaca, ubicado a más de dos mil metros sobre el nivel de mar, pervive una tradición de Día de Muertos en la que sus habitantes mantienen sus ritos de antes bajo la sombra de evocaciones católicas.

Al cruzar el arco de cempasúchil, terciopelo y hojas de níspero, a lo largo y a un costado del camino se erigen 14 cruces de madera también cubiertas de flores; una centena de personas se encuentra a la puerta del panteón.

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Todo mientras una densa neblina parece tragarse el pueblo, el frío aumenta conforme pasan los minutos junto con una lluvia delgada, suave y pertinaz; huele a copal incendiado.

Un montículo de piedras resalta al inicio de ese lugar que se ha dispuesto para los sepulcros y sobre él, la imagen de un Cristo crucificado; enfrente, una cruz de cempasúchil tendida sobre el suelo; atrás, las tumbas se levantan floreadas y amarillas.

Dos conjuntos de piedras similares parten a la mitad al panteón: del lado derecho se entierran a las mujeres y del izquierdo, a los hombres. Como estos, se encuentran muchos más dispersos sobre el territorio de los pueblos asentados alrededor del cerro del Zempoaltépetl y en cuya punta, que alcanza los tres mil 420 metros sobre el nivel del mar, se erige un sitio sagrado para los ayuujk, lugar del dios del trueno Konk änää y del rey bueno Konk oy (Condoy), explica Carlos Sigüenza, habitante de 55 años de edad de Ayutla.

En los lugares donde se encuentran esos montones de rocas es porque hay presencia divina, ya que en esos sitios caían rayos y truenos. Ahora, sobre ellos, se coloca Cristo crucificado.

La ceremonia de la “traída de los muertos” empieza a las 11:30 horas de la mañana del 1 de noviembre. Los músicos, en su mayoría niños, niñas y jóvenes, y el resto de las personas ingresan al panteón.

Entre montañas, mixes llaman a sus muertos y honran a Konk änää
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Amparo Ramírez, la rezadora del pueblo, enciende el copal frente al sepulcro del sacerdote Telesforo Rodríguez, quien falleció el 16 de junio de 1946, e inicia con oraciones católicas y cantos en ayuujk a los fieles difuntos a través de los cuales les da la bienvenida, los invita a acudir a la misa que se ha preparado para ellos en la iglesia principal y se disculpa si alguna familia o persona no preparó alguna ofrenda para ellos. Les dice que pueden disponer de todo lo que en otros hogares se ha ofrecido.

Hermelinda Rodríguez empieza a arrojar flores de cempasúchil al suelo para formar el camino que ha de guiar a los muertos al mundo de los vivos. La banda filarmónica, dirigida por el joven de 27 años de edad Jacob Villanueva, reinicia con la música fúnebre y la gente se prepara a salir en procesión del panteón junto con sus muertos.

Hermelinda se coloca al frente y camina mientras forma el camino de flores amarillas, tras de ella un hombre carga la Cruz Mayor, una cruz antigua dejada por los dominicos, junto a otros dos que cargan cirios; atrás van los músicos, y después de estos, las personas que acompañaron la traída de los muertos.

El camino de flores continúa hasta el pie del presbítero de la iglesia de San Pedro y San Pablo, hasta donde termina la procesión e inicia la misa católica.

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Cuando termina la misa, cada familia se traslada con sus antepasados a su casa. Posteriormente las familias y amigos se organizan para llevar a cabo el änmëye’epy: la visita a las casas para recoger las ofrendas encabezados por un rezador y un “capillo”, comienzan el recorrido al anochecer, quienes al acercarse a una casa se grita “¡änmëye’epy!” para anunciar la llegada de “quien visita a las ánimas”.

La familia los recibe, inician los rezos, se mencionan los nombres de los difuntos y después se les ofrece una cena. El “capillo” del grupo se encarga de recoger con respeto las ofrendas del altar y repartirlas entre los asistentes.

Al día siguiente, el 2 de noviembre al medio día, todos se despiden de las almas de sus familiares y los llevan de nuevo al panteón donde, después de una misa, la banda filarmónica interpreta su repertorio musical mientras comen, comparten e intercambian las ofrendas, manjares que llevan en canastas a las tumbas.

En esta ceremonia “hay un sincretismo religioso por la mezcla entre la religión católica y las creencias ancestrales”, explica Joaquín Galván, habitante de la comunidad.

Pero para Carlos Sigüenza, los rituales ancestrales indígenas se preservan de manera independiente de los símbolos y oraciones católicas, pues ningún de ellos sustituye a los otros, perviven.

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afcl

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