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“Oye, cabr... ¿qué estás haciendo?”, preguntó Rodolfo Rodríguez El Pana, al hombre que veía cerca de él, con cámara en mano.

Su “vigilante”, de nombre Rodrigo Lebrija, montó rápido un corto para enseñarle al torero la idea que tenía en mente.

“¡No eres cualquier pende...!”, exclamó El Pana al verlo.

Cualquiera podría haberse enojado con el lenguaje del matador, pero no Lebrija. Tiempo atrás había decidido hacer un documental de su interlocutor, como fuera.

Lo había visto en la plaza de Madrid, España, y quien sería su protagonista le dio una plática desenfadada de más de 40 minutos hablando de su vida.

Cien horas de video después, muchas de ellos compradas a un aficionado veracruzano a la tauromaquia, y siete años de trabajo, dio a luz a El brujo de Apizaco.

El documental estrena este fin de semana en la Cineteca Nacional y en Filmoteca de la UNAM

“No hice la película de un torero, sino de un ser humano a quien odiaban los puristas del toreo”, comenta el director.

El Pana abrazó el toreo cuando tenía 28 años, a veces aparecía en ruedo fumando puro o dedicaba brindis a las mujeres que le habían dado amor, como las sexoservidoras, suripantas y prostitutas.

Alcohólico por varios años, aunque los últimos tres estuvo alejado de él, lo cual le ayudó a acercarse a su hija, murió el año pasado, tras una cornada que lo dejó tetrapléjico y con una salud débil, manteniéndose con vida un mes después de la herida.

El director lo acompañaba a hospitales, tratamientos médicos y regresaban en microbús.

“Era impactante que alguien a los 57 años, con principios de cirrosis, le dieran la oportunidad de estar en una plaza, salir ovacionado y hasta recibir llamadas del presidente”, dice Lebrija.

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