Cuando Enrique Peña Nieto se pone filosófico y dice que la corrupción no es sólo un asunto “cultural” —como ya había afirmado— sino que también “es parte de la condición humana” a la que “estamos domando” en México con la creación de instituciones, leyes y sistema de transparencia, es inevitable preguntarle al Presidente, cuya esposa y secretarios fueron señalados por comprar casas en facilidades a contratistas de su gobierno, ¿en qué fase de la doma de la corrupción humana cree que nos encontramos?

Porque hasta ahora, siete meses después de que se destapara el escándalo de la llamada Casa Blanca de Las Lomas, adquirida por su esposa Angélica Rivera a Grupo Higa, o la casita de descanso de Malinalco de Luis Videgaray, pagada por el secretario de Hacienda con un crédito no bancario a esa misma constructora, los mexicanos seguimos sin saber si en esos dos actos afloró la “condición humana” de la familia presidencial y del funcionario en cuestión en la forma de un claro conflicto de interés, que es también una forma de corrupción.

“Lo que estamos haciendo —a lo mejor le voy a dar con ello material a más de un caricaturista— pero el Estado mexicano y su sociedad, lo que estamos haciendo es domar auténticamente la condición humana, llevarla por nuevos caminos, estableciendo parámetros, estableciendo límites, controles, obligando a la apertura y a la transparencia, estamos estableciendo nuevos paradigmas y lo más importante: no lo está haciendo sólo el Estado mexicano, sino lo está acompañando la sociedad civil”, dijo ayer el presidente Peña Nieto al inaugurar el Sistema Nacional de Transparencia en la residencia oficial de Los Pinos.

Pero la reflexión ontológica, más que dar material “para algún caricaturista”, como dijo el propio mandatario, da más bien para el análisis sicológico de un gobierno y un gobernante que, habiendo sido señalados y evidenciados en actos sospechosos de corrupción, que a pesar del clamor popular no terminan de ser investigados y mucho menos sancionados, se permita disertar y reflexionar sobre las motivaciones, límites y paradigmas de la corrupción. ¿No hubiera sido más contundente y convincente que un discurso retórico del Presidente que el secretario Virgilio Andrade, que también estaba ayer en Los Pinos, hubiera finalmente informado si hubo o no corrupción en las compras de las casas de Las Lomas y Malinalco? ¿Cómo se logra domar la tan compleja “condición humana” y la no menos compleja corrupción si el Presidente y su equipo no predican con el ejemplo?

Porque si algo ha marcado precisamente a este gobierno han sido las sospechas y denuncias de corrupción en diversas áreas de la administración pública: desde los millonarios contratos de obra pública asignados a empresas como Higa, propietaria de las casas en cuestión, hasta OHL y sus 50 mil millones de pesos en contratos federales que están siendo sometidos a auditorías por la SCT, por no mencionar la polémica licitación del Tren México-Querétaro que fue súbitamente cancelada sin una explicación clara, o las denuncias que privan sobre desvíos y corrupción en programas sociales como Sin Hambre, a cargo de la Sedesol.

Es cierto que la administración de Peña Nieto impulsó y ahora implementa reformas importantes en materia de transparencia, como el sistema nacional ayer iniciado, o como el sistema anticorrupción que ya fue aprobado en el Congreso, pero aún no aterriza en la práctica; no obstante, también es cierto que el gobierno peñista pasó más de dos años sin darle la debida importancia al combate a la corrupción, con un “encargado de despacho” en la Secretaría de la Función Pública que había decidido desaparecer. No fue sino hasta que estallaron los escándalos de las casas de Angélica Rivera y Luis Videgaray, y el desgaste en la credibilidad e imagen nacional e internacional del presidente Peña que el tema se volvió una “prioridad” para esta administración.

Pero todo eso, que Peña ordenara investigar la compra de esas casas y que se aprobara el sistema anticorrupción, ocurrió apenas hace unos meses (febrero y mayo de 2015) y difícilmente se puede hablar en estos momentos de resultados que indiquen que “estamos domando” a la corrupción. ¿De dónde entonces nos sale el Presidente experto y hasta filósofo del combate a la corrupción y en domar la condición humana? Un poco de mesura y un mucho de congruencia, Presidente.

sgarciasoto@hotmail.com

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