En ceremonia abierta únicamente a la prensa amistosa al Presidente, a decir: el señor Joaquín López Dóriga, el primer mandatario de la nación presentó las últimas medidas para la simplificación del protocolo del cargo que ocupa.

Explicó que su voluntad de simplificación inició una tarde de julio de este año, cuando inauguró en Puebla el flamante y magno estadio de futbol, y se vio a sí mismo acercándose al micrófono ante las graderías para 20 mil asistentes, todas ellas totalmente vacías.

—Ah caray —dijo al micrófono, que infló su voz para llenar el coliseo—, ¿dónde metieron al pueblo?

A su espalda el gobernador del estado, Rafael Moreno Valle, se acercó dos pasos y le sopló:

—No queríamos silbidos ni abucheos, y simplificamos al pueblo. Es decir que no lo invitamos.

El Presidente tuvo entonces la visión de cómo en adelante simplificar su cargo, que según externó, ha venido logrando en el último año.

—Simplificamos el informe de gobierno —afirmó.

En efecto, el Presidente no asistió al ruidoso y contencioso Congreso, como lo hicieron sus predecesores durante el siglo pasado, y prefirió rendirle cuentas a un grupo de jóvenes elegidos a mano entre los más leales de sus correligionarios.

—El próximo año pretendemos dar el informe ante párvulos de guardería —añadió. —Creemos que son los ciudadanos más alegres del país, los más simpáticos y positivos, porque desde su pequeña altura no alcanzan a ver más que las perneras de los pantalones y los zapatos de tacón de las damas. Además, cabrían 300 en un solo camión de redilas.

La simplificación de El Grito de la Independencia consistió en que este año lo dio el Presidente muy breve. De la larga retahíla de héroes que podía nombrar, eligió solo a siete.

—Pero el próximo año podemos elegir sólo a tres —añadió—. Por ejemplo a Hidalgo, al Cura y a Miguel.

Y tal como se trajeron pobres de tres estados a que gritaran desde la plaza del Zócalo: Viva México, después de que el Presidente enunció el nombre de los siete héroes elegidos al azar, el año que viene se podría simplificar la ceremonia dando el Grito en el patio interior de la mansión residencial del Presidente, ante solo los hijos de la pareja presidencial.

—Que tampoco son tan pocos —advirtió el mandatario.

—O bien existe esta otra opción —se rebatió a sí mismo, siempre amante del pensamiento dialéctico.

Los pobres del Zócalo que se trajeron al Grito podrían irse llevando a todas sus ceremonias del año por las plazas del país, para no tener que acarrear en cada estado a gente distinta.

—Al fin los pobres son muy parecidos entre sí —reflexionó el Presidente, ante el señor López Dóriga. —Son siempre los que están abajo del balcón o del templete, son bajitos de estatura y se expresan todos a coro, en porras o vivas o entonando el Himno Nacional.

Finalmente prometió que la simplificación de las funciones presidenciales avanzaría más allá de 2017.

—Estamos viendo cómo simplificar las elecciones de 2018. Cómo quitarles el conflicto, el barullo, los insultos, los debates, los adversarios, las urnas, los conteos. Toda esa incomodidad. Esa falta de pulcritud. Esa enemistad que retrata muy mal en la televisión.

Y fue entonces que abordó el tema más radical:

—Lo que nos lleva, Joaquín, a la pregunta esencial. ¿Cómo simplificarme a mí mismo, el mismísimo Presidente de la República?

Joaquín López Dóriga estaba por responder algo pero entendió que la pregunta era retórica, sólo una muletilla verbal para simplificar el diálogo y que fuera monólogo, y no despegó los labios.

—Así —se respondió el Presidente a sí mismo, y extendió el brazo derecho y luego el izquierdo, alzó la barbilla, y giró sobre su eje en un círculo lentísimo y completo en que su traje azul acerado y sus zapatos de charol negro resplandecieron.

Y luego se río.

—Ni lo notaste, prensa amiga —dijo. —Estrictamente hablando, ya no existo. Me he sustituido con el holograma del que fui.

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