Hacia principios de este mes una amiga querida soltó esta frase mientras cenábamos junto con otras personas: “¡En México, Trump habría convencido a muchos electores!”

Yo reaccioné sin darle la más mínima oportunidad a su idea: “La cultura política gringa y la nuestra no tienen nada que ver.”

Ella, prudente como es, concedió un par de argumentos y luego se retiró para no arruinar un encuentro cordial.

Hoy me atrevo a sacar a pasear las reflexiones que por su culpa no me han dejado en paz desde entonces.

Comienzo por lo obvio: Donald Trump no habría podido hacer campaña en México despotricando contra los mexicanos. ¿Cuántos votos obtendría en mi país un candidato que hablara con desprecio de mis compatriotas?

He de reconocer que hablar con indiferencia y también con menosprecio de los semejantes es más común en mi país de lo que quiero reconocer.

Este año que está por concluir coleccioné en estas páginas varios ejemplos.

En febrero apareció en escena un toluqueño bien conectado con el poder, Raúl Libién, a quien la opinión pública conoció como #LordMelaPelas. El sujeto se hizo famoso cuando, vía telefónica, le regaló sus coches a Arne Aus den Ruthen, entonces funcionario de la delegación Miguel Hidalgo, para que “se los metiera por el culo.” Y es que al fulano en cuestión no le cabía en la cabeza que la autoridad le reclamara por obstruir vía pública. Él, que está por encima de la ley, no debía ser importunado.

En marzo ocuparon la escena Los Porkys de Costa de Oro, cuatro jóvenes veracruzanos que participaron en la violación de una menor y estaban seguros de que, por el poder y la influencia de sus progenitores, podrían seguir con su vida como si nada hubiera pasado.

La buena sociedad que les protegía culpó durante un tiempo a la víctima con los argumentos que el repertorio misógino recomienda a los depredadores para este tipo de casos. Al final la historia se resolvió a favor de ella, pero antes los fulanos y sus familias hicieron cuanto pudieron para destruir la reputación de la chica.

En abril el gobierno mexicano despidió con un puntapié al Grupo Interdisciplinario de Expertos Internacionales (GIEI). Creyeron los hombres del poder que así podrían cerrar el expediente de Ayotzinapa ante la opinión pública. Y tuvieron razón. Desde entonces la investigación no ha avanzado nada y es así por una sola razón: las víctimas provienen de familias pobres e indígenas de Guerrero. A los poderosos esos mexicanos les tienen sinceramente sin cuidado.

En junio la Policía Federal arremetió contra otra población indígena, pero en esa ocasión en el estado de Oaxaca. Con premeditación, alevosía y ventaja disparó contra civiles en el municipio de Nochixtlán. La autoridad trató de inculpar a las víctimas con un discurso criminalizante, que suele funcionar cuando se usa precisamente contra esos mexicanos.

También en junio Norberto Rivera desató una cacería de proporciones inquisitoriales contra la homosexualidad que, durante los siguientes meses, sacó a miles de buenas almas para protestar en contra del matrimonio igualitario. En sus marchas utilizaron un lenguaje grosero y discriminatorio que sirvió para echar atrás una iniciativa presidencial que quería ampliar libertad y seguridades para un grupo social vulnerable.

En octubre dos senadores, Luis Sánchez y Fernando Mayáns, mientras discutían la ley de trata, presumieron que ellos podían ser consumidores de mujeres esclavizadas.

El año cerró con una golpiza a otra senadora, Ana Gabriela Guevara quien, después de la violencia física, tuvo que soportar una cargada de expresiones de odio contra su persona.

Como broche final vino Omar Fayad, el gobernador de Hidalgo, aquel que envió (con cariño) a las mujeres indígenas a dormir vestidas para ver si así le paran a sus embarazos.

ZOOM: Creo que Alexandra Haas, presidenta de Conapred, tuvo en aquella cena más razón de lo que me habría gustado concederle. En México Donald Trump posee, en efecto, muchos seguidores potenciales.

www.ricardoraphael.com

@ricardomraphael

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