Cuando el Papa “suplicó” a obispos mexicanos “no minusvalorar” el desafío del narcotráfico para la sociedad y la Iglesia, Francisco sabía de lo que hablaba.

Y es que desde el crimen del cardenal Posadas han sido asesinados una veintena de sacerdotes católicos, muchos a manos del narco.

Van 11 casos.

En 2013 fueron asesinados José Flores Preciado, 83 años, muerto a golpes el 5 de febrero en la Iglesia de Cristo Rey, Colima; Ignacio Cortés Álvarez, 57 años, murió a golpes el 22 de julio en la Parroquia María Auxiliadora en Ensenada, Baja California; Hipólito Villalobos Lima y Nicolás de la Cruz Martínez, de 45 y 31 años, muertos el 29 de noviembre en la Parroquia de San Cristóbal, en Ixhuatlán de Madero, Veracruz; Joel Román Salazar, de Ciudad Altamirano, Guerrero, perdió la vida el 10 de diciembre cuando empujaron de su automóvil —con él dentro— a un barranco.

En 2014 fueron asesinados Rolando Martínez Lara, el 19 de febrero en la Iglesia de Santa María de Guadalupe, Canalejas, Estado de México; José Ascensión Acuña Osorio, 37 años, secuestrado el 21 de septiembre en Santa Cruz Tinajas, Guerrero, su cuerpo fue encontrado días después; el misionero de Uganda, John Ssenyondo, 56 años, secuestrado el 30 de abril en Nejada, Guerrero, el cadáver fue descubierto meses después en una fosa común, fue asesinado por negarse a bautizar al hijo de un narcotraficante; Gregorio López Gorostieta, secuestrado el 22 de diciembre por un grupo armado en el Seminario Mayor La Asunción, en Ciudad Altamirano, lo encontraron con un tiro en la cabeza.

El 9 de abril de 2015 ejecutaron a Francisco Javier Gutiérrez Díaz, 60 años, con tiro de gracia, en Salvatierra, Guanajuato. Erasto Pliego de Jesús, fue calcinado en Nopalucan, Puebla, había sido reportado desaparecido.

Además, durante la crisis de violencia en Michoacán, el padre Gregorio López, Goyo, atrajo atención cuando denunció al alcalde de Apatzingán, Uriel Chávez, de tener vínculos con los delincuentes organizados, por eso oficiaba misa con chaleco antibalas.

En 2013, la Iglesia católica difundió documentales sobre el crimen organizado. La serie se llamó Hermano narco y buscó promover la cultura del perdón al narco. Los sectores retratados fueron migrantes, militares, medios de comunicación y el propio clero.

Durante años, sacerdotes guardan el “secreto de confesión”. En el púlpito conocen asesinatos, asaltos, secuestros y violaciones de todo tipo. Los criminales saben que el secreto de confesión prohíbe denunciar los hechos. Los sacerdotes se suman a la cadena de impunidad.

El caso emblema del secreto de confesión es de Alejandro Solalinde, sacerdote que adelantó que los 43 de Ayotzinapa fueron calcinados por el crimen. Solalinde admitió que en confesión, uno de los criminales le contó los pormenores del crimen; pormenores que no creen los vividores de la tragedia.

En noviembre de 2010, en el semanario Desde la Fe, la jerarquía católica reconoció haber recibido dinero “del más sucio y sanguinario negocio”. Admitió que en algunos estados la Iglesia utiliza recursos del narco para edificar capillas; acto inmoral y condenable.

En diciembre de 1993 y enero de 1994, el nuncio Girolamo Prigione se entrevistó con Ramón y Benjamín Arellano Félix en la sede de la Nunciatura Apostólica, donde hoy duerme Francisco. Prigione intercedió por el perdón de los criminales, a quienes la Iglesia acusaba del crimen del cardenal Posadas.

¿Así o más claro el vínculo Iglesia-narco?

Al tiempo.

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