Un año que termina nos invita a recorrerlo, a asombrarnos de cuánta historia se acumula en 12 meses y tropezarnos inevitablemente con las despedidas. Se nos fueron los amigos escritores: René Avilés, tan eternamente joven, malicioso y alegre, y Guillermo Samperio, con ese humor tan fino y esos cuentos que lo destilan, tatuado y melenudo al final de su vida. Me gusta pensarlos y retener la parte más vital de cada uno, manías para asirse a este viaje con fecha de caducidad. Rafael Tovar y de Teresa con tanto hecho y tanto por hacer; de su puño y letra recibí una nota unas semanas antes de su muerte, agradeciendo mi libro de entrevistas Mexicontemporáneo. Una fineza que lo define. Y jóvenes, porque así me parecen las seis décadas de vida, se fueron voces y emociones imprescindibles: Juan Gabriel y Betsy Pecanins.

No para agrandar la pena, sino para retener en palabras, lamenté mucho la muerte de un querido amigo, el actor Gonzalo Vega, que luchó tantos años con la enfermedad. La última vez que lo vi fue porque, aunque débil, quiso asistir a la presentación del documental de Jorge Prior sobre Jesús Contreras: Malgré tout. Gonzalo era la voz de Federico Gamboa leyendo espléndidamente fragmentos de su diario. Qué gozo escucharlo, esas inflexiones, comunicar las intenciones, dominar el lenguaje. Bien sabemos que no sucede con todo actor. Pero Gonzalo era un hombre de letras, era culto y entusiasta. (También dio color a la voz del narrador de la novela de Carlos Fuentes en el documental que le rinde homenaje a cincuenta años de su publicación: Bajo la región más transparente, que de pronto se puede ver en Canal 22.) En aquella ocasión estaba muy animado de haber ido al MUNAL, tenía planes, deseos de que con aquellos hombres decimonónicos, aquella banda de intelectuales y artistas se hiciera una película. El ánimo de fraguar proyectos caracterizaba a Gonzalo.

Tuve la fortuna de conocerlo hace 30 años, con el espectáculo que llevó poesía, música y danza mexicana a muchos rincones del país, de Estados Unidos y de la Ciudad de México: “Tierra Mestiza”. Eran tiempos de Cuna de lobos, y yo me había hecho amiga de Leonora, su mujer, porque nuestros maridos montaban aquel espectáculo donde el mariachi Charanda interpretaba la música tradicional mexicana, mientras el ballet Mizoc bailaba y Gonzalo hilvanaba textos entre poemas de López Velarde, Paco Ignacio Taibo I (El mundo es redondo... ) , Margarito Ledezma y varios más entre textos anónimos y populares. Tierra Mestiza era un canto a México que ponía la piel chinita cuando la emotiva pieza de Gerardo Tamez, que le daba título al espectáculo, rompía el silencio, rasgaba la oscuridad del escenario y poco a poco hacía sentir una identidad de tierra y abrazo en el alma. Gonzalo construía esas posibilidades escénicas con sus amigos artistas. Así pasó con “La muerte mata”, y con su Tenorio, donde todos fuimos participando según nos estuviéramos frecuentando (a mí me tocó bailar en la taberna…). Se nos llena el costal de tiempo de recuerdos gratos, de años compartidos en la infancia de nuestros hijos, entre el flamenco, la música mexicana, la alegría, los deseos y los proyectos. Nos acompañábamos. Por ello valga este modesto tributo de palabras para recordar al amigo, al lector sensible, al actor audaz. Tierra mestiza debía estar de nuevo en el escenario: ser ese paradero de identidad, ese lucimiento de ingeni   o verbal y música vernácula, esa manera de sentir a México. Una forma de rendirle homenaje a Gonzalo Vega y de recordar el capítulo final de Cuna de lobos, telenovela de Carlos Olmos que nos tenía a todos pasmados en los ochenta, y que se proyectó frente al Teatro Degollado en una gran pantalla después de la función de Tierra Mestiza. Días de gloria evocados para dar luz al presente y hacer patente el hueco de la ausencia de un amigo.

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