Todo el mundo quisiera conocer los límites de la cotización del peso frente al dólar, por el papel que juega el tipo de cambio en la economía y en los espíritus animales del consumidor e inversionista mexicano.

La respuesta honesta es que nadie puede predecir el nivel futuro del peso. Desde hace 20 años México cuenta con un tipo de cambio flexible (semiflexible sería una mejor descripción, a la luz de las reservas que se han acumulado), por lo que no es correcto insistir en mayor certidumbre sobre el tipo de cambio.

Lo que ha cambiado es el origen de la turbulencia. En la gran mayoría de los casos anteriores las acciones internas, o las reacciones internas a cambios externos eran las principales determinantes de las fluctuaciones. En el caso actual, la turbulencia viene de afuera, pero puede nuevamente agravarse si no se toman las decisiones correctas.

La reciente y aparentemente imparable devaluación del peso está influida por dos factores externos. El primero, y más importante hasta ahora, es la expectativa de incremento en la tasa de interés de la Reserva Federal de Estados Unidos. A mayor tasa de interés, el dólar se vuelve más atractivo y el peso, como el resto de las monedas, menos. Al anticipar el futuro incremento, los mercados presionan al peso y lo devalúan aun sin que haya aumentado la tasa de interés. Esta dinámica se ha vuelto perversa: los mercados asocian las buenas noticias con una mayor probabilidad de incremento en tasas y aprecian el dólar. Al acercarse la fecha de una probable corrección (como ahora en septiembre), Wall Street, adicto desde hace varios años a la liquidez y alimentado por la experiencia reciente de que la Fed la provee, presiona para que se posponga otra vez el incremento. El mecanismo perverso queda entonces asegurado: la expectativa devalúa monedas como el peso, el incremento en las tasas se pospone, pero con un nuevo piso devaluado en espera de que las tasas aumenten algún día.

La Reserva Federal enfrenta ahora un reto de credibilidad: el relajamiento monetario ha distorsionado los mercados bursátiles, de bienes raíces y tipo de cambio, lo que implica incrementar algún día la tasa de interés, aun en ausencia de una robusta recuperación económica. Sin embargo, el costo de aumentarla y complicar la recuperación no es menor. El problema es uno de señales: en el mediano plazo la credibilidad de la política monetaria es su más valioso activo, pero se deteriora al no hacer lo que se debe. Llega un momento en que el costo de la incertidumbre es mayor que el de errar con el incremento. Para México y otros sería mejor terminar de una vez con la incertidumbre y conocer la fecha y monto esperado del incremento para no depender del humor de un sistema adicto a la liquidez y las malas noticias.

El segundo factor, y de importancia creciente como han hecho patente los últimos días, es la fuerte caída en las expectativas sobre los países emergentes originada por el ajuste en la economía china. Las economías emergentes se encontraban ya bastante vapuleadas por la perspectiva de incremento en las tasas de interés y el descenso de las materias primas. Los sucesos recientes en China han acelerado la percepción de problemas estructurales de todas las economías emergentes, pero en particular las que dependen de las materias primas y que no aprovecharon los altos precios para reformarse.

Es por esta razón que en los últimos días se han depreciado las monedas emergentes y las dependientes de materias primas, pero no el euro, ni el franco suizo, ni la libra esterlina.

A México le pega esta percepción por portar la etiqueta de emergente, por la dependencia del gobierno de los ingresos del petróleo y por la mayor competencia en el mercado de Estados Unidos en vista de una capacidad adicional de exportación china y el inicio de la devaluación del yuán.

¿Qué hacer en este contexto convulso? Con respecto a la expectativa de la tasa de interés, la clave es conseguir finanzas públicas sanas y una política monetaria que no valide una tasa de inflación superior producto de la devaluación. Es también muy importante socializar y explicar el hecho de que se está ante un fenómeno de devaluación real del peso. Es decir, que la devaluación no va a ser compensada por un incremento en el nivel de precios internos, ya que la apreciación del dólar no es sólo nominal, sino real, corregida por inflación. La mejor manera de entender este fenómeno es darse cuenta de que para la abrumadora mayoría de los países la inflación no ha repuntado a pesar del fuerte debilitamiento de sus monedas. Esto es cierto en todos los países del euro, Canadá, Australia, Japón, Malasia, Corea del Sur, Tailandia, Chile, Colombia, Perú y Sudáfrica (Rusia, Brasil, Turquía e Indonesia tienen inflaciones mayores al promedio pero menores a sus devaluaciones).

Es también muy importante que los empresarios mexicanos entiendan que la devaluación real del peso es una gran oportunidad para incorporar valor agregado nacional por unidad exportada y sustituir competitivamente importaciones, pero que la ventaja competitiva depende de que los precios en pesos no suban. Las empresas que necesitan mayores precios son las que reportan utilidades en dólares (no mexicanas) y las que se endeudaron en dólares para aprovechar tasas de interés bajas. Canacintra y Concamin no tienen por qué defenderlas. Las empresas mexicanas nunca habían tenido un programa de integración de cadenas de valor tan valioso como el que ahora les ofrece la señora Yellen.

Con respecto a las pobres expectativas sobre las economías emergentes, lo más importante es diferenciarse de ellas. De varias formas: una, recordar que la economía mexicana depende, en el ámbito internacional, de lo que suceda en Estados Unidos. Dos, presentar un presupuesto base cero 2016 que reconozca la nueva realidad permanente de los precios internacionales del petróleo sin ambigüedades para recuperar credibilidad. Tres, asegurar la cabal implementación de las reformas estructurales. Cuatro, tener nombramientos ejemplares y anticipados para el Banco de México, el Inegi y la Suprema Corte este segundo semestre. Aun si se cumplieran estas cuatro condiciones, faltaría una quinta. La diferenciación nunca será suficiente, y la tasa de interés y cotización del peso reflejarán un importante premio al respecto, sin avanzar en la erradicación de la principal desventaja que tiene México: la corrupción.

@eledece

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