Once años después, a regañadientes, a fuerzas llegó la petición de perdón para Teresa, Jacinta y Alberta. Tuvieron que pasar once años para que el Estado se viera obligado a reconocer que la historia de tres indígenas queretanas que desarmaron y secuestraron a seis AFIs era absolutamente inverosímil y que, basados en una caricatura, las despojaron de tres años de su vida en prisión.

Perdonar es una decisión, no un sentimiento, decía la Madre Teresa de Calcuta, y pedir perdón también lo debe ser, mostrar arrepentimiento, buscar alguna forma de resarcir los daños, sentir la ofensa como propia… Por eso, creo que hace unos días no hubo ningún perdón, ni las víctimas se sintieron resarcidas ni el Estado reconoció su error por una decisión o por un sentimiento propio.

Con gran orgullo, Estela Hernández, la hija de Jacinta, pronunció la frase que imprimió la cabeza de muchas crónicas en la prensa: “nos chingamos al Estado”, más como una revancha, más como un superlativo que rescata el orgullo pisoteado, a ellas se las chingaron por ser mujeres, por ser pobres y por ser indígenas, y ellas, mujeres, pobres e indígenas, tuvieron al Estado obligado a su desagravio... A ellas se las chingaron más de tres años en la cárcel, pero ellas se chingaron, por unos minutos, al poder que todos los días las sigue chingando.

Quizá debería existir un “acto de reconocimiento público de inocencia” por los verdaderos responsables, de administraciones panistas, a los que quizá les sigue importando un comino el perdón y la vida de las que se chingaron.

Pero el símbolo del acto palidece frente a la realidad de todos los días, ¿de que sirve un discurso frente a la mitad del país en pobreza?, ¿de qué sirve “chingarse al Estado” frente a la marginación de los grupos indígenas que a veces son más discriminados en México que en el extranjero?, ¿de qué sirve un perdón de a fuerzas para tres cuando son miles los inocentes que saturan las cárceles?, ¿de verdad se chingaron al Estado?

Porque después del discurso y los aplausos siguió la jodida manía mexicana de la corrupción monotemática, de la perdición por la codicia, del hábito de los juicios eternos, de los impunes que se rascan el ombligo entretenidos en la alharaca, de los que merecen abundancia porque los jodidos merecen miseria, la usanza de los que secuestran, violan y matan para luego venderse como víctimas... y siguió todo y sigue todo y seguirá todo hasta que la dignidad se haga costumbre.

DE COLOFÓN.— Enrique Ochoa sobre Murat: aún no empieza el proceso de elección en la CNOP.

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