Eran los primeros años del sexenio de Vicente Fox, en 2002, cuando llegué a este periódico que ha sido mi casa en los últimos 15 años. Se respiraba aún un aire de esperanza, de cambio posible, de posibilidad de renovación. Sabemos ahora que no fue así: que hubo alternancia, sí, pero no cambio sustancial en la forma de hacer política en el país, quizá sólo para hacerla con un toque de espectáculo. Eso sí: nació el IFAI y el arduo camino inacabado de la transparencia comenzó.

Vimos también el nacimiento de una nueva teoría política, la del poder compartido en pareja y el intento —aunque ahora se niegue— de una primera dama, Marta Sahagún, por llegar al poder.

Desde entonces ya estaba por ahí, claro, Andrés Manuel López Obrador, quien en 2006 perdió oficialmente la Presidencia por un 0.56% de los votos. Los ecos de esa campaña, cuando lo llamaban “Un peligro para México” siguen resonando en algunos lugares ahora que en 2018 seguramente hará su tercera campaña presidencial y, quizás, ganará.

Me tocó compartir con usted la creciente desazón y preocupación por la crisis de derechos humanos que vive el país (aunque digan que no es crisis, que lo “generalizado” es en realidad focalizado). El inicio de la “guerra contra el narco” (aunque ya nadie quiere asumir que así fue nombrada) en el sexenio de Felipe Calderón y continuada hoy. Pese a lo duro del tema y a tratarlo seriamente, espero nunca haber perdido el dejo de humor que me caracteriza. Para mí la ironía es un mecanismo de defensa frente a los duros momentos que vivimos y seguramente seguiremos viviendo.

Enumero nombres dolorosos: Apatzingán, Ayotzinapa, Nochixtlán, Pasta de Conchos, Tlatlaya... El Movimiento por la paz con justicia y dignidad y todo lo que nos enseñó. La Casa Blanca. La de Malinalco.

No puedo dejar de recordar a la Guardería ABC. A los padres y madres de los niños y niñas que murieron. Durante muchos meses siempre recordé la tragedia al finalizar mi columna con el nombre de una niña o niño que no debieron morir ahí.

En este sexenio que parecen varios (¿a poco no es larguísimo ya?) me tocó seguir la renovada esperanza de muchos de que había un “nuevo PRI” que sí sabía cómo hacer las cosas y dar resultados. Del “nuevo PRI” el presidente destacaba a ¡Javier Duarte! ¡a Roberto Borge! No tengo más qué decir, ¿verdad?

Ahora desde el fondo de su 12 por ciento de popularidad y apoyo, es difícil que Peña Nieto logre mantener a su partido en el poder, tendrá que revisar bien, con los escándalos de corrupción que han minado su administración, dónde vivirá cuando deje de habitar Los Pinos, si debe contratar abogados.

Fue The Economist el que, con una línea, pintó el retrato del sexenio: “No entienden que no entienden”. A la fecha. Ahora su vocero dice que es un presidente muy fuerte. I rest my case.

También en la sociedad civil tenemos cosas que mejorar: mire que convocar a dos marchas diferentes por la “unidad” es un caso para la Araña.

Y la discapacidad… Mi hijo Alan nació en plena toma de Paseo de la Reforma en agosto de 2006, mientras trabajaba aquí. Con él nació otra vocación periodística y de activista que este periódico impulsó y agradezco: el escribir sobre personas con discapacidad y luchar por sus derechos. Mi primer post, sobre la experiencia de tener un hijo con Síndrome de Down y lo que preveía aprender de la experiencia se ha quedado muy corto. A la fecha me da mucho gusto que ese texto siga circulando, que lo lean papás y mamás nuevos y les haga sentirse acompañados.

Durante cinco años tuvimos una plana quincenal, PcD (Personas con Discapacidad) que ha sido el único esfuerzo serio, con lenguaje incluyente y código de derechos humanos, que se ha escrito en un medio nacional.

También desde entonces, ya 10 años, escribí casi durante cada semana mi blog Mundo D que se volvió mi puerta de entrada a la sociedad civil organizada de familias de personas con discapacidad. De hecho, pronto un artículo se publicará sobre él, como ejemplo de activismo online en Latinoamérica, en un libro que editará Routledge, escrito por la investigadora de la Universidad de Rochester, Beth Jorgensen.

¿Por qué escribo esto? Este recuento lo hago a manera de despedida y agradecimiento. Es mi última columna aquí. A usted, lector, lectora, gracias por seguir mis líneas. Por coincidir y también por disentir. A EL UNIVERSAL y a la familia Ealy; y a todos mis compañeros y compañeras en estos 15 años, sobre todo a Samuel Ocampo. Ha sido una etapa muy enriquecedora.

Gracias también por leerme en El Hidrocálido, de Aguascalientes; Crónica, Frontera y El Imparcial (de Mexicali, Tijuana y Hermosillo); en Zócalo y Vanguardia, en Coahuila; en El Imparcial, de Oaxaca; El Debate, de Sinaloa y El Expreso, en Hermosillo.

Hasta pronto.

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