Mucho se ha dicho sobre las consecuencias del triunfo de Trump, desde quienes dicen que sólo hay que esperar a que “las turbulencias y el nerviosismo pasajeros” se calmen y que sólo será cosa de “pequeños ajustes porque México es fuerte y soberano”, hasta quienes ven un vuelco de grandes proporciones que lleva en sus entrañas el renacimiento de los totalitarismos de derecha. Es decir, del fascismo.

A mi juicio, el triunfo electoral de Trump y su llegada a la presidencia cambió las coordenadas mundiales y modificó la vida a México.

Como en la clásica película de Ingmar Bergman que da título a esta colaboración, la sociedad alemana del siglo pasado no tuvo la capacidad para ver a tiempo que en el discurso populista y sencillo, pero postulador de “la superioridad de la raza aria” que atrajo la simpatía de las mayorías, se iba gestando el nazi-fascismo que tendría nefastas consecuencias. El “huevo de la serpiente” es transparente y se puede ver que en su seno hay serpientes, y que de allí saldrán serpientes. No lo vieron a tiempo.

Nos puede pasar algo similar, por confundir deseos con realidades, tanto por quienes gobiernan (en su afán por justificar su torpeza de haber invitado al Trump candidato), como por quien aspira a ser presidente en 2018.

Pero la serpiente está allí y, parafraseando a Monterroso, mañana el monstruo estará ahí.

Las primeras consecuencias de ese triunfo ya se aprecian con sus iniciales anuncios: expulsión masiva de, al menos, 3 millones de migrantes mexicanos; la continuación acelerada del muro fronterizo; el renacimiento de los Ku-kux-klan para embestir a los no blancos, junto con el fortalecimiento de la discriminación hacia “los morenos y la gente de color”, así como el anuncio de la revisión o cancelación unilateral del Tratado de Libre Comercio.

Debemos asumir, entonces, que el “Riesgo-País”, el “Riesgo-Nación”, ha crecido súbitamente, y pone bajo amenaza la gobernabilidad democrática, en un escenario de crisis de fin de régimen político y de creciente descontento social.

Dicho de otra manera: Los discursos y propuestas  anti-establishment, basadas en el enojo y alimentadas con el odio,  encuentran ahora un campo más fértil para germinar y crecer, porque habrá más necesidades que atender cuando arriben millones de deportados a nuestro país.

Es cierto que este viejo régimen presidencialista ya se agotó; pero su reemplazo no puede ser por otro “más presidencialista, pero honesto, no corrupto”, sino por una coalición de fuerzas progresistas y responsables en sus propuestas.

Las soluciones anti Trump en México no son un “Trump de izquierda”, sino medidas de Estado con perspectiva de Nación. Y deben comenzar ya, aún en las postrimerías de este  régimen para preparar el terreno al que lo sustituirá, y no esperarse hasta 2018 porque sería demasiado tarde.

México debe desplegar una política exterior más agresiva de protección a nuestros connacionales en Estados Unidos, de defensa de sus derechos humanos más allá de las redes consulares.

México debe alzar la voz con firmeza ante Trump y su equipo, debe exigir una mesa trilateral urgente para revisar el TLC, en la que participe Canadá como el otro firmante del Tratado, y negociar desde la perspectiva del interés mexicano.

Y al mismo tiempo, aquí tomar medidas para fortalecer y relanzar la producción nacional para generar más empleos (lo cual requerirá de mayor inversión productiva), avanzar en diversificar nuestras relaciones económicas con América Latina, Europa y Asia, con un mayor despliegue de nuestra capacidad promotora internacional.

Urge, para ello, un gran acuerdo nacional entre el sector empresarial, las organizaciones sociales y los poderes Ejecutivo y Legislativo.

Vicecoordinador de los diputados federales del PRD

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