Estoy seguro de no ser el único que ha tenido un inicio de año plagado de confusión, incertidumbre y desesperanza. Estamos en uno de esos momentos en donde pareciera que el deseo más realista que se puede albergar (triste deseo) es que las cosas no se deterioren más de lo que están, siguiendo esa máxima de Ciorán de que la situación siempre es susceptible de empeorar.

Desde México la perspectiva es especialmente turbulenta. Como si nadáramos de espaldas y de noche por mares desconocidos y sin rumbo, sin saber de qué tamaño serán las olas ni cuándo y dónde nos encontrará la tormenta.

No es fácil construir una narrativa que de sentido al momento actual. No sabemos si en el futuro veremos la asunción de Trump como el inicio de un largo declive, el momento en el que se desencadenó un periodo negro en la historia de la humanidad, marcado incluso por grandes conflictos violentos,en un excelente artículo, o si acaso podría ser el punto de inflexión en el que los sistemas económicos y políticos de muchos países del mundo hicieron crisis para iniciar un proceso de transformación.

En una de las mejores novelas de José Saramago, Ensayo sobre la lucidez, se cuenta la historia de un país desconocido en el que un buen día la gran mayoría de los ciudadanos decide votar en blanco, haciendo que gane el abstencionismo y generando una crisis mayúscula del sistema en su conjunto. Políticos y analistas intentan toda suerte de explicaciones para entender el fenómeno, sin éxito alguno. Los votantes no hablan ni fundamentan nada, optan simplemente por el silencio como forma de expresar un estado de ánimo.

Hace unos meses argumentando que la abstención constituye una genuina acción política porque nos confronta con el vacío y el sinsentido de las democracias actuales. “El gran peligro que enfrentamos hoy no es la pasividad”, decía Zizek, “sino la pseudo actividad, la urgencia de ser ‘activos’, de ‘participar’ para de esa forma ocultar el vacío en el que realmente hoy nos encontramos”.

Zizek escribe estas palabras en Para él la lucha que debemos dar es contra el status quo y nuestra capacidad de alterarlo. Si bien es consciente de que la perspectiva de Trump es mucho peor que la de Clinton, y expresa un profundo rechazo a las políticas del magnate, reconoce que al menos .

Por el motivo que sea, me cuesta compartir el argumento porque más allá del debate de las ideas, la presidencia de Trump seguramente tendrá efectos nocivos para millones de seres humanos. Pero lo que se le puede conceder a Zizek es que quizás los próximos años cobren algún sentido si se produce una sacudida fuerte que nos haga replantear la democracia liberal realmente existente, esa que políticos e intelectuales defienden con tanta autocomplacencia a pesar de la cada vez más grande distancia entre gobernantes y gobernados. A pesar de que crecen, como nunca, la indignación y el descontento de los ciudadanos.

Resulta más que trillado decir que una crisis también puede ser una oportunidad. Pero si la que hoy enfrentamos no es apocalíptica, de este momento podríamos derivar lecciones y transformaciones. Quizás podamos aprender a escuchar e interpretar (no solo a manipular) el sentimiento de la gente, algo que no necesariamente se expresa ni se comprende de forma racional. Quizás los demócratas puedan aprender a construir democracias verdaderamente representativas y participativas (no oligarquías pseudo-democráticas), donde la soberanía popular no se ejerza solamente (y a medias) el día de las elecciones.

Quizás los economistas puedan aprender a construir modelos, planes y programas que no excluyan abrumadoramente a las mayorías. Quizás la izquierda, y los sectores progresistas, aprendan a ser menos pusilánimes, temer menos al pueblo llano y hablarle a la clase trabajadora como hace mucho tiempo dejaron de hacerlo (hoy les habla más el Frente Nacional de Le Pen o el trumpismo).

Para México, quizás también ésta sea una oportunidad para ver realmente al mundo y encontrarse con él, para diversificar nuestro comercio exterior, que la economía logre reducir su dependencia frente a los Estados Unidos; suplantar esa fe ciega en el libre mercado y alterar un modelo económico en decadencia.

Sangre, sudor y lágrimas pueden anticiparse antes de que todo esto incluso logre plantearse seriamente. En unos cuantos días un populista de derechas, de ideas filofascistas –aunque todavía difícil de caracterizar– llegará a gobernar el país más poderoso del mundo para avanzar una agenda anti liberal, anti democrática y abiertamente discriminatoria. En un país que hasta ahora se ha querido erigir como el modelo de democracia y libertad a nivel mundial esto equivale a un terremoto. Viviremos para contarlo.

Analista político

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses