Guy Debord tendría razón hoy más que nunca al afirmar que la vida social es un espectáculo que busca representarse a través de imágenes, espectáculo que termina por sustituir a la “realidad”; la imagen es hoy más que nunca el mediador preferido para las relaciones humanas, si no te muestras ahí (muchas veces para verse a uno mismo, más que para que nos vean los demás); si no formas parte de un algo en la pantalla, no existes. Y esta necesidad de existir lleva a veces, irónicamente, a dejar de hacerlo. Hay cierta apología a la violencia, a la muerte, que está marcando a esta generación que busca desesperadamente mostrarse, a veces como víctima, a veces como victimario.

El caso de la tragedia ocurrida en un colegio de Monterrey es el ejemplo perfecto de aquello que afirmaba Debord: hay que mostrarse, sin importar el precio, para existir. Claro, ese colegio en Monterrey no es el primero ni será el último; el hecho nos lleva inevitablemente a otros que lo precedieron, empezando por la matanza de Columbine, donde fallecieron 14 jóvenes, menores de 18 años (incluyendo a los perpetradores) y un profesor que rondaba los 50. Dieciocho años hace de aquella tragedia en la que no había las redes sociales de hoy, pero en la que los autores de esos hechos fantaseaban también con mostrarse en imágenes. Hay declaraciones que afirman que los protagonistas soñaban con que Tarantino hiciera una película sobre ellos; el espectáculo, las imágenes para existir. El caso de Monterrey tiene sus peculiaridades, hay un lenguaje casi religioso extremista en los foros a los que supuestamente pertenecía el joven protagonista; también, el que incluso más de un grupo de jóvenes se adjudique el atentado es de llamar la atención, y todo está ahí, a un clic de distancia, un espectáculo para existir y que se ofrece a quien quiera mirar, que no son pocos.

Pero, como dijimos, esta apología de la muerte también tiene a las víctimas como protagonistas: Katelyn Nicole Davis, de 12 años, se hizo famosa, desde hace unas semanas, por mostrar en vivo, a través de Facebook, su suicidio. Pocas personas, que sepan acerca de la historia de abusos que vivió Katelyn, se atreverían a afirmar que la niña quería trascender, por “postureo” a través de su tragedia, colgándose de un árbol; fue obviamente un acto de desesperación extrema que encontró en las redes sociales una vía quizá de denuncia, de desahogo de la frustración, y que se convirtió al final en un espectáculo que siguen presenciando miles en las principales redes sociales.

Hacer de la violencia y la muerte un espectáculo por supuesto no es algo nuevo; pero ya no son los imperios sanguinarios o los grupos terroristas los organizadores de éstos, son niños y adolescentes que tienen más espectadores que todos los circos romanos o cadenas de televisión de simpatizantes juntos . Y aunque nos rasguemos las vestiduras ante tales escándalos, lo cierto es que todos hemos contribuido a construir esta “sociedad del espectáculo”, y tampoco tenemos muchas intenciones de salirnos de ella.

@Lacevos

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