La semana pasada la Comisión Nacional de Derechos Humanos, CNDH, dio a conocer el dictamen médico forense y de criminalística sobre la muerte del estudiante de la normal rural de Ayotzinapa, Julio César Mondragón. Las conclusiones: que el estudiante no fue desollado, ni vivo ni muerto, y que tampoco recibió un tiro en la cara, como habían afirmado la abogada de la familia, y un perito presentado por el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes, GIEI.

Según el dictamen de la CNDH, el rostro de Julio César fue devorado por fauna depredadora que habita en el sitio en que su cadáver fue abandonado: un paraje solitario en el que se detectó contaminación por basura.

El Equipo Argentino de Antropología Forense, EAAF, refutó cuanto antes estas conclusiones: la organización, que actúa como coadyuvante de la defensa de los padres, señaló que a más de año y medio del fallecimiento de Mondragón, y luego de diferentes intervenciones médico-forenses, los restos ya no se encuentran en las mismas condiciones para su examen “y no nos permiten ahondar en mayor detalle en ese aspecto”.

El EAAF hizo referencia a una herida “en el cuello que se difundió ampliamente en medios de opinión” y que “presenta por un lado huellas de actividad de fauna”, pero también presenta “áreas con sospecha de intervención de instrumento cortante”.

¿Áreas con sospecha de intervención de instrumento cortante? Qué extraño. El EAAF ha dicho que después de tanto tiempo no puede examinar científicamente nada, y entonces opta por lo más simple: la sospecha. ¿No sería más honesto limitarse a aceptar que no puede pronunciarse al respecto? ¿Para qué apartarse del rigor y abrir espacio a esa especialidad oscura de México? Ellos sabrán por qué.

En todo caso, lo sano sería refutar las conclusiones del informe punto por punto. Según la CNDH, en el cadáver del alumno aparecieron lesiones en el cuello que corresponden con el apoyo de las patas de la fauna depredadora al momento de atacar el tejido blando. Según la CNDH, en la cabeza y en el cuello del cadáver aparecieron bordes en forma de “V”, característicos de mordeduras de roedores: los bordes de esas lesiones eran irregulares, y no lisos ni nítidos.

Por lo demás, la Comisión detectó, en los pómulos y en la mandíbula, pequeños espacios de piel íntegra, acordes con el patrón de la mordedura de la fauna, que deja siempre lesiones irregulares.

En los huesos de la cara del estudiante había señales de rasguños, que eran producto de la incidencia de dientes sobre el hueso: no se detectaron en esos mismos restos óseos las marcas que dejaría la acción de un objeto cortante.

En un desollamiento, el desprendimiento de la piel sería por tracción manual con la mano contraria a la que hace el corte. No había en la piel del cadáver este tipo de señales. Sí, en cambio, rastros de que la fauna había roído el borde inferior de la mandíbula, devorando por dentro hasta la bóveda palatina.

He preguntado a peritos forenses si es posible que la fauna depredadora hubiera devorado solo la cara del estudiante, dejando intacto el resto del cuerpo. Mondragón murió de una golpiza brutal, como lo prueba el hecho de que 13 de los 14 huesos de la cara estaban fracturados. Al momento de morir tenía expuestos los tejidos y líquido hemático en esa zona del cuerpo. La fauna depredadora es atraída, en primer lugar, por la sangre. Según los expertos, las horas en que Mondragón estuvo expuesto (siete) habrían bastado de sobra para producir las afectaciones con las que el cadáver fue encontrado.

Según el dictamen de la CNDH, todas las lesiones por desprendimiento fueron producidas post-mortem. Un dictamen pericial señaló, además, que alrededor del lago hemático que se hallaba alrededor del cadáver se identificaron impresiones de cojinetes de patas de perro.

La PGR y el EAAF, en sus propios peritajes, habían indicado la presencia, en el cuello, de tres pequeñas lesiones cuyo agente causal fue imposible de determinar. Esto hizo que tanto la PGR como el EAAF llegaran a la conclusión de que esas heridas pudieron ser producidas por un objeto cortante. El estudio de medicina forense y criminalística de la CNDH descarta esa hipótesis —y señala que la PGR basó su conclusión en un método inadecuado.

¿Cuántos de estos puntos pueden ser científicamente refutados? Por ahí, y no por “áreas de sospecha” debería ir la discusión.

A menos que, como siempre, queramos quedarnos en la fe. El terreno de la fe.

@hdemauleon

demauleon@hotmail.com

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