Yo, yo sí sé de qué se ríe Duarte. En primer lugar, se burla a carcajadas del sistema de impartición de justicia de México. Los cargos por los que va a ser extraditado, si es que se logra este objetivo procesal, “son irrisorios”, (sic), según el mismo lo confiesa abiertamente ante la prensa y la opinión pública entre estruendosas risotadas. Sabe, porque lo sabe, que los hechos delictivos que se le imputan son ingrávidos y que si no se caen en la escalinata de cualquier juzgado mediante la interposición de un amparo, entonces, en el peor de los escenarios jurídicos, podría llegar a pasar un par de años en la cárcel y, acto seguido, disfrutaría los miles de millones de pesos sustraídos ilícitamente del erario veracruzano.

Duarte festeja de antemano, esboza una enorme sonrisa con tan sólo imaginar los puntos resolutivos de la sentencia que tal vez se llegue a dictar en su contra. No se habla de devolver el producto del hurto ni parece existir investigación alguna para saber en qué bancos, trusts o fideicomisos extranjeros instalados en paraíso fiscales, pudiera haber guardado el dinero robado a sus paisanos. Está protegido por una pandilla de funcionarios públicos, sus cómplices, a quienes chantajea con revelar sus caros secretos, que pondrían en un severo predicamento al gobierno federal. Claro que se ríe, y no sólo de cualquier autoridad, sino de nosotros, los mexicanos, los veracruzanos, a quienes defraudó cínicamente a sabiendas que su conducta delictiva jamás tendría consecuencia alguna, salvo el caso de verse privado temporalmente de la libertad, dentro del contexto de un acuerdo político también de carácter criminal, orientado a saciar el apetito de los contribuyentes defraudados, al obsequiarles algo de sangre, al menos, un poco de justicia. ¿Después? Después de un breve plazo, saldría de prisión a gozar el dinero mal habido en compañía de su familia, sin duda alguna otra pandilla, desde que comparte gustosa el botín en una feliz, como descarada complicidad.

Duarte se ríe porque se siente seguro, se sabe intocable dentro de ciertos y muy limitados parámetros. De sobra conoce la apatía de sus compatriotas incapaces de tomarse de la mano para alcanzar un objetivo común. Duarte puede repetir de memoria los nombres de los gobernantes veracruzanos, vivos o muertos, que ocuparon el cargo y se enriquecieron a título personal y jamás se les fincó responsabilidad penal alguna, salvo alguno que otro escándalo periodístico silenciado a billetazos o con amenazas de muerte dedicadas a los necios. La experiencia le enseñó la importancia de la impunidad para los presupuestívoros que jamás recibieron castigo por sus fechorías. ¿Por qué no robar, se preguntarán Duarte y su inmensa cáfila de colegas, unos más bandidos que los otros, entre sus irritantes carcajadas, si la sociedad no protesta ni toma las calles ni deja de pagar impuestos harta del saqueo, ni se les acusa de nada, y la propia sociedad todavía los acepta en sus casas honrándolos y obsequiándoles excelentes viandas, es decir, todavía se les premia y se les reconoce con puestos diplomáticos o con curules u otros cargos en el gobierno? A robar, por supuesto a robar, ¿por qué no…?

¡Claro, clarísimo que político pobre, pobre político…!

Pobres estúpidos quienes votaron por mí, dice la risa sarcástica de Duarte. ¿Quienes serán más idiotas, se preguntará dentro de su divertido pitorreo, el electorado que me eligió o los contribuyentes que pagaron sus impuestos para que yo me los robara? ¿Quien es peor, mil veces peor, el que roba descaradamente o el que se deja robar sin protestar, salvo que alguien salga con la perogrullada de las culpas absolutas y pretenda exonerar a la sociedad de cualquier responsabilidad? Si los veracruzanos votaron durante casi ocho décadas por el PRI, diría en la transitoria soledad de su celda en Guatemala, y sabían que nos robábamos tanto las urnas como los impuestos y jamás tomaron acción alguna en nuestra contra, ¿entonces quién es más culpable, el que nos eligió sin ignorar cómo somos o el que puso los fondos a nuestra disposición para que nos lo robáramos sexenio tras sexenio? Las quejas se agotan antes de terminar el segundo “lechero” en el café de la parroquia, o de tomar un par de caballitos de tequila o de tronar un par de cuetes o después de rezarle a la virgen pidiéndole paciencia… La ira veracruzana, de llegar a presentarse, se extingue con el primer mojito o el sonido lejano de un requinto o de una marimba…

Duarte se ríe de la evidente incapacidad de los mexicanos para organizarnos en contra de los delincuentes. También se ríe de la burocrática rutina del Poder Legislativo para estructurar finalmente el Sistema Nacional Anticorrupción. Disfruta inmensamente las dificultades de nombrar a un “Zar” anticorrupción, un mexicano honrado, porque de llegar a nombrarlo, bien lo sabe él, faltarían cárceles para encerrar a los políticos corruptos. Se invertiría más en la construcción de cárceles federales que en escuelas. Por supuesto que le deben parecer muy divertidas las discusiones en el Senado de la República para redactar las bases legales destinadas a elegir al funcionario ideal que ocupe el cargo, maniatado, sin poder proceder en contra de nadie. Política a la mexicana, ciertamente festiva. Fácil no debe ser, ¿verdad…? ¿Cómo no va a festejar Duarte estos debates desde Guatemala cuando el objetivo consiste en lograr un buen sistema anticorrupción, sobre la base de garantizar que nunca nadie vaya a ser encerrado como consecuencia de esa legislación suicida? ¿No es gracioso? ¿Cómo no morir de la risa, señor Duarte?

En resumen: Duarte se ríe de la ley, de la autoridad, de los veracruzanos, de los mexicanos en general, de sus complicidades con el gobierno y con el partido que le garantiza la impunidad. Se ríe a carcajadas porque el dinero mal habido jamás lo encontrarán sus perseguidores simplemente porque no les conviene dar con él. En realidad Duarte tiene la razón de reír así, los motivos de su risa están finalmente justificados: todo está podrido… ¿No es divertido?

fmartinmoreno@yahoo.com

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