Chelsea Clinton, hija de Hillary y del presidente Clinton, nacida en 1980, se graduó en Historia en la Universidad de Stanford y posteriormente obtuvo una maestría en la Universidad de Oxford, Inglaterra, en Relaciones Internacionales. Chelsea ha impartido cientos de conferencias en diferentes campus de estudios superiores. Hablamos de una mujer brillante y cultivada que lamentablemente se está desperdiciando en la campaña presidencial de su madre, desde que ésta no ha podido conectar con millones de jóvenes, los millennials, que bien podrían inclinar al lado demócrata la balanza electoral, sobre todo porque muchos de ellos bien podrían ubicarse junto con los indecisos en los diez estados llamados “campana”.

Chelsea bien podría dirigir un estremecedor discurso dirigido a dichos millennials con la idea de inducirlos a votar por Hillary, de modo que no se repita el mismo caso del Brexit en el Reino Unido, en donde la ausencia de los jóvenes en las urnas condujo a la salida de Inglaterra de la Unión Europea, situación que habrán de lamentar en el muy corto plazo en razón de su apatía o conformismo electoral. Dicho de otra manera, si los millennials ingleses hubieran depositado su voto por el remain de manera multitudinaria, la Gran Bretaña nunca hubiera abandonado una de las más eficientes y promisorias organizaciones internacionales de la posguerra.

Chelsea, de 36 años de edad, obviamente una típica, millennial, podría estremecer a una parte muy importante de su generación si pronunciará un discurso vibrante, pronunciado por una joven talentosa como ella, en el que advirtiera los severos peligros para Estados Unidos y el mundo si Donald Trump tuviera acceso a la Casa Blanca.

Su ostentosa juventud, su lenguaje, sus conocimientos adquiridos, su experiencia política al lado de sus padres, su visión del futuro, su manera de dirigirse a los suyos, de advertirles, de hablarles, de señalarles en términos accesibles para ellos, sin rebuscamientos políticos, sin exageraciones; todo este feliz conjunto podría aprovecharse para sacudir por las solapas a este gigantesco grupo de millennials, que a menos de una semana de las elecciones todavía se encuentra sepultado en dudas temerarias que, de no resolverse, pueden cambiar el rostro del mundo.

Sucede ahora que después de tres debates y de una campaña electoral interminable, en donde el mismo Trump se ha encargado de proyectarse como una nueva amenaza fascista ahora, en el mismo siglo XXI, y que la comunidad de naciones espera aterrorizada las elecciones el próximo martes, todo este esfuerzo por convencer al electorado de votar por la candidata demócrata, ¿todo lo anterior queda derogado porque el director del FBI, tal vez sobornado por Trump, anuncia en términos crípticos y ambiguos, una investigación que finalmente no conducirá a nada más que a inclinar a los votantes en dirección al suicidio? ¿Unos correos desconocidos y tal vez intrascendentes van a poner en manos de un fanático el maletín con las claves nucleares?

Chelsea debe hablar antes del Súper martes siguiente. Si sabe emocionar como no lo ha logrado hacer su madre —la política es emoción— muchos miles de millones de personas le estaremos agradecidos si con su ayuda se impide que un patético peleador callejero llegue al máximo poder mundial…

@fmartinmoreno

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