México se impuso a su similar de Costa Rica, merced a un penal de último minuto, desatando la polémica, evidenciando que dentro de cada aficionado no sólo existe un DT, sino también… un árbitro.

Sin duda se trató de una jugada de apreciación. No suelo discutir “jugadas de apreciación”, toda vez que soy un furibundo defensor de la regla de juego, y la ley que rige nuestro querido deporte, menciona que las faltas se deben sancionar (o no) “en opinión del árbitro”. De modo que todo se reduce al respetable punto de vista de cada quién. De cualquier manera intentaré ampliar para ustedes el criterio que norma mis razonamientos para determinar si una falta o una expulsión debe ser sancionada.

Los empíricos aseveran que no existen “faltitas ni faltotas”, que simplemente las infracciones “son o no son” (afirmación, en mi opinión: primaria, medieval e irracional).

Podemos escuchar a “expertos arbitrales” diciendo: “Hubo un contacto”, “Lo desequilibró”, etc. Bueno sería recordar que “contacto” o “desequilibrar” ¡No es falta! Las acciones punibles por la regla, en todo caso, serían: patear, golpear, sujetar o empujar a un adversario.

En su momento el texto de la regla 12 ordenaba: “El árbitro se abstendrá de señalar aquellas faltas insignificantes o dudosas”, frase que permaneció plasmada por años en el código penal del balompié, hasta que fue omitida cuando se intentó simplificar y condensar; sin embargo, para los estudiosos, continúa vigente en el espíritu de las mismas.

Igualmente, por ejemplo, la regla exige que “la ley de la ventaja” ¡Sea clara!, luego entonces, recurriendo a la analogía (una de las fuentes del derecho) ¿Por qué sí la ventaja debe ser clara… las faltas no?

El texto de la regla reconoce que existen: saques de banda, meta y esquina dudosos (bueno, hasta goles dudosos); entonces ¿Por qué no existirían faltas dudosas?; sin mencionar que la ley recomienda ante la duda, no conceder (por ejemplo) un tanto.

El “espíritu” de la regla, no está plasmado (como lo exigen las mentecillas obtusas) en letras. Los seres pensantes pueden deducir que “el árbitro es el garante de la moral de juego”; por lo tanto, debe conducirse con magnanimidad al utilizar los poderes discrecionales que le otorga la propia ley, en beneficio del futbol. Si un juez toma una decisión que define el partido, esta debe ser inobjetable para propios y extraños, así lo dicta el sentido común. “Aquellos que no tienen fantasía, no podrán entender… es muy complejo”.

ebrizio@hotmail.com

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