Procedentes de Estados Unidos, luego de haber zarpado de Southampton, arribaron a nuestro país el dramaturgo irlandés George Bernard Shaw, ya octogenario, y su esposa Charlotte Payne-Townshead, connotada activista por los derechos de la mujer. Aunque la prensa difundió su estancia como un acontecimiento para la intelectualidad nacional, la afamada pareja se mantuvo al margen de los actos públicos.

Su llegada tuvo lugar el 10 de marzo de 1936, vía Mazatlán, a bordo del “Saint Paul”. Apenas tocaron tierra se pusieron en marcha, en tren, hacia Guadalajara, donde estuvieron pocas horas, mismas que dedicaron a visitar la Catedral, el templo de Santa Mónica, el mercado Corona y el teatro Degollado.

Por motivos lingüísticos, su trabajo intelectual no gozaba de mucha popularidad entre el grueso de la población, sin embargo, en el caso de George Bernard Shaw, los medios destacaron la importancia de sus obras satíricas, su crítica a la moralidad y al fetichismo religioso, así como su preocupación por los procesos sociales, en particular el igualitarismo. También hicieron eco de su talante de viajero infatigable, e incluso de que poco antes de llegar a costas mexicanas había departido con el mismísimo Charles Chaplin.

Concluido su itinerario en tierra tapatía, la pareja partió con rumbo a la Ciudad de México. En una de las pocas sesiones en que  atendió a los reporteros, Shaw dio su opinión acerca del expansionismo de la Alemania de Hitler, mismo que condenó al considerarlo una amenaza a la tranquilidad y la paz de los pueblos. El más controvertido de sus pareceres tuvo que ver con el desarrollo de la Unión Soviética: “La Guerra Mundial dio fin a tres imperios pero, en cambio, creó el comunismo en Rusia, lo que constituye el acontecimiento más trascendente desde que existe el mundo”. Luego remató su aseveración con la puntada de que él no estaba al servicio de ideología alguna y que dispondría de su dinero —había logrado amasar una considerable fortuna— como mejor le pareciese.

Instalados en la capital, Shaw y su esposa recorrieron la Catedral, el Palacio Nacional,  la Basílica de Guadalupe, el Museo Nacional, Churubusco, Chapultepec y Xochimilco. También visitaron Puebla, Cholula, Teotihuacán, Acolman, Cuernavaca y Taxco. Ya que su interés primordial era el turístico, el dramaturgo declinó una invitación a dictar una conferencia en la Universidad Obrera que le extendió Vicente Lombardo Toledano, quien buscaba acercarse a socialistas de prestigio para fortalecer su liderazgo sindical.

En los periódicos, entretanto, se discutió el controvertido temperamento de Shaw, a quien refirieron como un humorista que reunía en sí características de Jonathan Swift, François Rabelais y Miguel de Cervantes. En un artículo se dijo: “Parece que en lugar de vivir en la libre Inglaterra viviese en alguna de nuestras satrapías latinoamericanas, en donde hay que distorsionar el concepto para poder hacérselo tragar al poder público”.  Un dato poco conocido que se difundió sobre él fue su vegetarianismo.

De sus frases irónicas, una de las que más llamó la atención de los lectores mexicanos fue: “Inglaterra debe estar agradecida de que yo exista. Es un honor para ella”. De todos los escritores británicos que visitaron México en la década de los 30, fue Shaw el único que lo hizo en calidad de ganador del premio Nobel de Literatura (1925), incluso se supo que había donado el monto del galardón a la Fundación Anglo-Sueca para la difusión de la cultura.

El 16 de marzo, ya en Acapulco y poco antes de abordar el “Arandora Star”, barco que lo llevaría a Panamá, Shaw concedió una última entrevista, en la cual se disculpó con un hotelero poblano, luego de que se esparciera el rumor de que la comida que ahí le sirvieron le había provocado complicaciones gastrointestinales. También reconoció que el viaje lo había emocionado, sin embargo, concluyó su comentario diciendo que ya era demasiado viejo para impresionarse. En su correspondencia personal, añadió: “La excursión por tierra mexicana fue muy cansada, padecí un calor infernal”.

*En el siguiente enlace consta el único testimonio videográfico de la estancia de George Bernard Shaw en la ciudad de México:

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