Como la pieza angular de la política de Ronald Reagan (1981-1989) fue el armamentismo destinado a revitalizar la economía, se tuvieron que revivir viejos enemigos e inventar nuevos para justificar —como hoy lo está haciendo Trump— el descomunal presupuesto de defensa. Así, se tensaron artificialmente las relaciones con la Unión Soviética, se hostigó a los sandinistas de la “todopoderosa y peligrosa” Nicaragua; se pregonó que los problemas económicos de México, los narcotraficantes que satisfacían el voraz apetito de los estadounidenses por las drogas, que la pérdida del control de las fronteras, la migración indocumentada, etc., amenazaban la sacrosanta seguridad nacional. Uno de los Steve Bannon de aquellos días, Constantin Mengues, predijo que en México estallaría una revolución como la de Irán que avasallaría las fronteras y seguridad de la superpotencia. Los argumentos o “alternative facts” (es decir mentiras) varían en el tiempo, pero es la misma estrategia encaminada a victimizar a la potencia, crear miedo, responsabilizar de todos los males al exterior y glorificar al mesías del momento que salvará al país. De remate, México, Colombia, Panamá y Venezuela “osaron” tomar la iniciativa de crear el “Grupo de Contadora” para evitar la guerra que Reagan estaba propiciando en Centroamérica. La respuesta fue una brutal campaña de ataques que provocó una crisis bilateral como no se daba desde 1910.

Como el tema más álgido era la renegociación de nuestra descomunal deuda externa, los halcones de Reagan amenazaron obstaculizarla si no modificábamos nuestras posiciones o aceptábamos gravosos condicionamientos en otros ámbitos. A diferencia de lo ocurrido en estos meses, en aquellos años fuimos arriesgados, firmes y contundentes. Respecto a la deuda sostuvimos era un problema compartido: si no llegábamos a acuerdos mutuamente satisfactorios, ellos y nosotros sufriríamos las consecuencias. En cuanto a cooperación en materia de narcotráfico, crimen organizado y seguridad, a raíz del asesinato del agente de la DEA, Enrique Camarena, presencié una de las reuniones más difíciles de mi carrera diplomática. Tras escuchar desmedidas recriminaciones y exigencias de todas las agencias de inteligencia, el procurador Sergio García Ramírez, con todo aplomo respondió: “Siempre que podamos decirles que sí, les diremos que sí, pero cuando no podamos, les diremos que no”. En el terreno de la política exterior fue imposible encontrar puntos de convergencia, pero a pesar del encono y los reproches, México mantuvo su posición independiente y soberana. Fueron años sumamente conflictivos, pero al concluir los mandatos de De la Madrid y Reagan se abrió la posibilidad de negociar el TLC, forjándose una nueva relación más armoniosa que, desgraciadamente, la demagogia y la politiquería actuales están echando por la borda. La gran lección que debemos extraer de un guión que ya fue intentado y fracasó, es que mostrar tibieza, indecisión, inseguridad y debilidad es contraproducente. Lo que los halcones de hoy —como los de ayer— buscan es amedrentarnos para avasallarnos e imponerse. Trump lo escribió claramente: a mis rivales débiles los aplasto; solo con los fuertes negocio. Nuestras interdependientes relaciones binacionales nos proporcionan muchas cartas fuertes de negociación, pero debemos tener la voluntad política y la habilidad para utilizarlas Hasta el momento nuestra diplomacia no ha hecho lo que debería hacer, ni tampoco ha tomado en cuenta las valiosas experiencias que hemos acumulado en casi 200 años de historia bilateral.

Internacionalista, embajador de carrera del Servicio Exterior Mexicano, profesor universitario y escritor

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