Texto y fotos actuales: Miroslava Callejas
Diseño web: Miguel Ángel Garnica

Entre las que fueran las grandes extensiones de campo en Mixcoac se edificaron numerosas haciendas. Una de ellas: La Castañeda, que pasó de ser emblema de bonanza económica a ser uno de modernidad en cuestión de salud mental con la construcción del Manicomio General de la Ciudad de México, inaugurado por Porfirio Díaz en septiembre de 1910. No obstante, el sueño porfiriano se tornó en pesadilla cuando, al paso de los años, el famoso psiquiátrico cayó en el abandono y el maltrato.

De manicomio a unidad habitacional
De manicomio a unidad habitacional

Este complejo fue demolido a finales de los sesenta; en su lugar y en los terrenos aledaños se construyeron las unidades habitacionales Torres de Mixcoac y Lomas de Plateros, además de la Prepa 8 y un Walmart.

Torres de Mixcoac se convirtió así en una de las primeras unidades habitacionales de la iniciativa privada, bardeada en su totalidad.

Las Torres se han caracterizado porque en sus departamentos vivieron personalidades del mundo del deporte, la cultura y el espectáculo. Entre ellos se encuentran los escritores Rafael Bernal, Noé Jitrik y Álvaro Gálvez; el máximo medallista olímpico Joaquín Capilla; el exrector de la UNAM, José Sarukhán; el actor de doblaje Jorge Lapuente;  el actor Rafael del Río y el cantante de ranchero Ángel Alberto “El Cuervo”.

“Él es psicólogo, era profesor de la universidad, cantaba ópera y después empezó a cantar rancheras. Era un cuate delgadito, hizo pesas y ahora así está el hombre. Me lo encontraba y lo saludaba cuando daba la vuelta al estacionamiento”, así describe al “El Cuervo” Ignacio Durán, vecino de la unidad habitacional. Este artista cuenta con una fructífera carrera en el mundo de la cultura: desde un centenar de discos grabados, homenajes a Agustín Lara y María Grever, cinco libros publicados y exposiciones de pintura en galerías.

“En la época en la que yo llegué (en 1972), éramos de los primeros habitantes de las Torres de Mixcoac. En el edificio en dónde nosotros vivíamos, que era de 11 pisos con 44 departamentos en total, habíamos cuatro familias nada más”, nos platica “El Cuervo” en entrevista con EL UNIVERSAL.

En los años 70, cuando recién se había inaugurado el conjunto habitacional, los departamentos llegaron a costar más de 200 mil pesos; en la actualidad valen más de 2 millones de pesos. “El Cuervo” vivió en Torres durante 17 años.

“Se vivía muy a gusto, ahí me pasaron cosas bonitas: nacieron mis hijos, crecieron. Tuvieron una infancia muy divertida, muy tranquila porque tenían toda la unidad para jugar. Pero sucedían cosas extrañas, al fin y al cabo ahí había sido La Castañeda y donde nosotros vivíamos se supone que estaba ubicado el pabellón de los agresivos y peligrosos. Se supone que estaban ahí conservadas muchas energías, pero el caso es que a esas cuatro familias nos tocó en la madrugada despertarnos porque escuchábamos gritos de mujeres, oíamos a alguien subiendo y bajando las escaleras corriendo y gritando. Nos espantábamos y salíamos. No había alguien y las puertas de abajo estaban cerradas con llave. Era parte del encanto de Torres de Mixcoac”, relata “El Cuervo”.

De manicomio a unidad habitacional
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Entre su anecdotario recuerda que en las Torres se vivía en un ambiente cálido y familiar.  “Era como una gran familia. Recuerdo que cuando le llevaba serenata a mi esposa, yo me paraba en donde está la pirámide de Goeritz con el trío o con el mariachi y mi mujer se asomaba por la ventana, vivíamos en el cuarto piso. Lo curioso era que empezaban a abrirse las ventanas de los demás departamentos de la plaza y bajaban los maridos a ponerse junto a mí y a pedirme canciones para sus esposas. Eso se convertía en una serenata comunal. Eran experiencias muy bonitas”.

Pareciera como si Las Torres de Mixcoac estuvieran materializadas a cumplir sueños. Cuando se camina entre sus edificios y sus áreas comunes el ruido de Periférico no parece afectarle, es más ni el mismo tiempo parece hacerlo. Con sus edificios bicolores y sus jardines impecables, con sus esculturas que son símbolo del lugar y la tranquilidad que se respira. Nadie se podría imaginar que un siglo atrás en ese mismo lugar caminaban esquizofrénicos, indigentes, adictos, hasta prostitutas y homosexuales en una de las edificaciones más legendarias y oscuras del sur de la Ciudad de México.

La Castañeda: De hacienda a psiquiátrico

Antes de ser el hospital psiquiátrico más conocido del siglo XX, La Castañeda fue una hacienda pulquera propiedad de Ignacio Torres Adalid, conocido como “el rey del pulque” y amigo personal de Porfirio Díaz.

No obstante, la historia de la hacienda se remonta desde mucho tiempo atrás. Aunque no se sabe con exactitud su origen, se presume que la hacienda en 1639 era propiedad de Bartolomé Franco y llevaba el nombre de “Xalquenco”. Tiempo después pasó a ser propiedad de Francisco González de Castañeda y de María Candelaria Gallegos, quienes nombrarían a la hacienda con sus apellidos. Posterior a ellos, la hacienda pasó por al menos tres dueños más hasta llegar a los marqueses de Selvanevada, propietarios de la hacienda de San Francisco de Borja y quienes absorberían a La Castañeda junto con otras dos haciendas, Santa Cruz Atoyac y Santo Tomás en 1809. El interés por adquirirla se debía a que la toma de agua que abastecía a San Borja se encontraba en las mediaciones de La Castañeda.

En 1821, la hacienda de San Borja pasaría a ser propiedad del coronel José Antonio de Acevedo y sus hijas la heredarían a su muerte. Pero en 1851, el yerno de Acevedo, Juan de Dios Prádel, se encargaría de vender todas las tierras y los ranchos que la conformaban. Entre los compradores se encontraban los Torres Adalid, quienes por la cantidad de 28 mil 200 pesos comprarían los terrenos que correspondían a La Castañeda.

Posteriormente, construirían la hacienda pulquera que se convertiría en sitio de reunión para todas aquellas personas que quisieran darse un descanso de sus actividades cotidianas por tan sólo 25 centavos la entrada.

Pero fue hasta en el verano de 1908 que se inició la construcción del psiquiátrico con la previa venta del terreno por parte de Torres Adalid al gobierno de Porfirio Díaz. El diseño arquitectónico estuvo a cargo de Salvador Echegaray y la construcción fue supervisada por el ingeniero Porfirio Díaz hijo.

De manicomio a unidad habitacional
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Fue que así un 1 de septiembre de 1910 se inaugura el Manicomio General “La Castañeda” como parte de las celebraciones del centenario de la Independencia de México. Con la promesa de ser un hospital psiquiátrico que estuviera al nivel de las instituciones europeas, como el Charentón de París en dónde vivió sus últimos días el marqués de Sade, se instituía el imponente inmueble de un perímetro de 147 000 metros cuadrados, que albergaba 25 edificios en dos pabellones. El recinto estaba hecho para albergar alrededor de 1200 pacientes. El psiquiátrico era un símbolo insuperable de la modernización a la que México se había integrado.

El recinto clasificó a sus pacientes en diversos pabellones de acuerdo con sus estatus económico y a las enfermedades que los aquejaban. En su libro La Castañeda (1995), Félix González de Olmo relata cómo era la clasificación: “el Pabellón de las Distinguidos recibió a pensionistas de primera clase, sin distinción de padecimientos; el Pabellón de Observación era destinado a indigentes y pensionistas de segunda y tercera clase, que permanecían el tiempo necesario para su clasificación; una sección especial se reservaba a los toxicómanos; el Pabellón de Peligrosos albergó a los asilados violentos, impulsivos o agitados, también resguardaba a los presos cuya seguridad no se podía garantizar. Además existían los pabellones de Epilépticos, de Imbéciles y de Infecciosos; en esta última sala fueron canalizadas las prostitutas. Al parecer el manicomio de los años revolucionarios albergó también a los homosexuales, enfermos venéreos y todos aquellos que postergaban la razón en aras a las demandas de la pasión”.

De manicomio a unidad habitacional
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Según el Archivo Histórico de la Secretaría de Salud, La Castañeda albergó alrededor de 61 mil 480 pacientes durante sus 58 años de vida. No obstante, el sueño de ser el mejor hospital psiquiátrico del país pasó a ser una verdadera pesadilla después de los años veinte, en donde se disparó el número de pacientes y que nunca logró disminuir. A partir de ahí, la leyenda negra empezó a cubrir paulatinamente a la institución en donde las historias de abandono, maltrato y tratamientos agresivos, como los electroshocks, se hicieron el pan de cada día.

Fue hasta que el 27 de junio de 1968 se dio punto final a La Castañeda por órdenes de Gustavo Díaz Ordaz. Con una ceremonia efectuada en el patio central del recinto, el entonces Secretario de Salud, Rafael Moreno Valle, daba por finalizada la tétrica historia del manicomio. Por lo que alrededor de tres mil pacientes fueron reubicados en nuevos hospitales.

De manicomio a unidad habitacional
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La Castañeda fue demolida, salvo la fachada del antiguo edificio de Servicios Generales que fue trasladada piedra por piedra a Amecameca, Estado de México, adquirida por el ingeniero Arturo Quijano Arioja. A su muerte, su viuda Mercedes Peñafiel donó la fachada a los Legionarios de Cristo. Hasta la fecha, permanece en el “Paso de Cortés” y ha servido de escenario para la grabación de comerciales, videoclips y recientemente de la serie televisiva “El hotel de los secretos”.

De manicomio a unidad habitacional
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Las Torres de Mixcoac: El ensueño de los setentas

El derrumbe de la leyenda negra de la Castañeda dio paso al nacimiento del sueño clase mediero de tener un buen departamento a un buen precio. Pues en los terrenos en donde deambulaban esquizofrénicos surgieron unidades habitacionales. En 1969 comenzó el diseño de lo que serían las Torres de Mixcoac, un conjunto urbano de dieciséis edificios con once pisos cada uno que, junto con la Unidad de Plateros, sustituirían al que fuera uno de los psiquiátricos más legendarios del país.

Este proyecto, que tendría una duración de tres años desde la planeación hasta la construcción, fue realizado por los arquitectos Abraham Zabludovsky y Teodoro González de León con los postulados funcionalistas que buscaban la mayor eficiencia al menor costo.

De manicomio a unidad habitacional
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EL UNIVERSAL realizó un recorrido por las Torres de Mixcoac conducidos por dos miembros del Comité de Vigilancia, entre ellos Ignacio Durán, que ha sido vecino del lugar por más de 30 años. “Vivo aquí desde 1984. Me gustaron estos departamentos porque eran cerrados y seguros, además de que aquí cerca vivían mis suegros”.

La Unidad Habitacional Torres de Mixcoac entró en funcionamiento en 1972. Su característica principal es la buena distribución de sus espacios en todos los sentidos. Desde los interiores, cada departamento tiene tres recámaras, un cuarto de servicio, dos baños, una sala-comedor y un cajón de estacionamiento; hasta sus áreas comunes como jardines, área de juego y plazas de convivencia están distribuidas de manera armónica.

Asimismo, el mismo Teodoro González de León estaba convencido del gran vínculo que debía de tener la arquitectura con el arte por lo que consiguió que dos artistas mexicanos levantaran esculturas de su autoría en la unidad: “La pirámide” de Mathias Goeritz, responsable de las Torres de Satélite, y “Escultura de Torres de Mixcoac” de Jorge DuBon, escultor de “Señales” perteneciente a la Ruta de la Amistad. Ambas emergen en el mero corazón de la unidad.

De manicomio a unidad habitacional
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Actualmente la unidad presume de su buena administración y del excelente estado en la que se mantiene. Al caminar por ella pareciera que el tiempo se hubiera congelado, los edificios se mantienen en buen estado y las áreas comunes impecables, todo gracias a su autogestión. “Todos se conocen, es muy tranquilo andar por aquí”, nos comentan los de la comitiva.

Ignacio cuenta que “desde que empezó la unidad nos empezamos a autoadministrar. Cuando se le da forma y se entrega formalmente al departamento del Distrito Federal, los vecinos de Torres votamos para ser autoadministrables y nos impusimos cuotas de mantenimiento. Este dinero se maneja de forma transparente y con eso se paga todo lo que tenga que ver con la manutención y limpieza de los edificios y los espacios comunes, inclusive tenemos cuatro cuerpos que se encargan de eso: el de  jardinería, de limpieza, de mantenimiento y de vigilancia”.

De manicomio a unidad habitacional
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La buena arquitectura y la eficaz administración han hecho que las Torres de Mixcoac resistan al paso del tiempo y a los desastres naturales como el sismo de 1985. “No tuvimos ningún problema en el temblor, todo aguantó hasta las tuberías de gas, el único problema fueron las líneas telefónicas, ni siquiera la luz. Sólo un par de señoras se alteraron porque pensaban que había una fuga de gas, pero se revisó la unidad y no había nada”, nos narra Ignacio con gran orgullo.

Otra de sus cualidades que se gestaron dentro de la autoadministración fue la formación de un sistema de vigilancia propia. “Pasamos por todas las modalidades de vigilancia y no funcionaban. Fue hasta que contratamos a una persona que fue la que armó todo un equipo de vigilancia conformada por 22 personas, ahí es cuando todo tomó forma”, nos comentan los miembros del comité.

Inclusive problemáticas como las pintas en las bardas las resolvieron de formas creativas. “Una dificultad que teníamos es que la barda perimetral que se colocó alrededor de la unidad sufría frecuentemente de grafitis, entonces lo solucionamos en verde, es decir, los recubrimos con hiedra”. Los miembros del Comité de Vigilancia comentan con gran entusiasmo que “si hay una unidad modelo en el país es Torres de Mixcoac por su administración, su construcción y su diseño”.

El único recuerdo que queda de aquellos campos de Mixcoac, que ha sido escenario de contrastes entre sueños y pesadillas, son los murciélagos. “Son pocos pero se meten a los departamentos por unas ranuras que aún existen en algunas ventanas, pero no hacen nada y a los vecinos no les molesta en absoluto, sólo queda el susto de verlos”, nos dicen los miembros del comité con una pícara sonrisa en la cara.

Fotos antiguas: Archivo de EL UNIVERSAL y Colección Villasana-Torres.
Fuentes: El poeta, el marqués y el asesino (2001) de Claudia Canales; artículo “Abraham Zabludovsky, medio siglo de arquitectura” de Juan Ignacio del Cueto Ruiz-Funes en Letras libres; El último brindis de Don Porfirio de Rafael Tovar y de Teresa; Origen y evolución de la hacienda en México: siglos XVI al XX (1990) de María Teresa Jarquín Ortega (coord.); artículo “La locura en el México posrevolucionario. El Manicomio La Castañeda y la profesionalización de la psiquiatria, 1920-1944” de Andrés Ríos Molina Instituto de Investigaciones Históricas; nota de EL UNIVERSAL “Cumple 31 años las Torres de Mixcoac”; entrevistas con el cantante Alberto Ángel “El Cuervo”, Ignacio Durán, vecino de las Torres de Mixcoac y miembros del Comité de Vigilancia.

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