Ciertamente, la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) a la que ha obligado el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, constituye una exigencia agresiva contra México, puesto que ese gobierno pretende obtener todavía más ventajas para su país. Sin embargo, la respuesta y las justificadas críticas a Trump no deben llevar a la confusión de calificar al TLCAN como un acuerdo beneficioso para ambos países. Para evaluar sus consecuencias hay que señalar que se trata de una estrategia propuesta por Estados Unidos desde los ochenta, para mantener su hegemonía en el mundo, a través de conformar un bloque económico en América, capaz de competir con el bloque europeo y el asiático.
Esa estrategia buscaba alcanzar la libre movilidad del capital en todas sus formas, es decir, como mercancía, como inversión directa y como capital dinero, y para conseguirlo, necesitaba imponer el neoliberalismo. El medio para imponerlo fue el arma de la deuda pues, precisamente en la década de los ochenta, prácticamente toda América Latina había caído en la insolvencia y la banca internacional exigió, a través del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, las llamadas reformas estructurales, que consisten en la aplicación del neoliberalismo, y por lo tanto, en abatir las fronteras económicas para abrir paso al capital de las transnacionales.

El TLCAN se inscribe en esa estrategia y ese proceso. Y los resultados han constituido una afectación que no dudo en llamar histórica, para México y para el pueblo mexicano. En cuanto al terreno de las mercancías, se ha registrado un aumento acelerado de las exportaciones de nuestro país, pero un análisis más cuidadoso muestra no sólo que las importaciones han crecido en mayor proporción y que, por lo tanto, la balanza comercial ha mostrado un persistente déficit, sino que las exportaciones realizadas desde México, son efectuadas entre un 80 y un 90 por ciento por empresas extranjeras. De modo que las utilidades generadas por las ventas al exterior, son remitidas finalmente a las matrices en sus respectivos países, lo cual determina tres fenómenos igualmente perjudiciales para nuestro país.

Por un lado, la descapitalización por la permanente salida de las ganancias. Por otro, la desestructuración de las cadenas de producción, puesto que las transnacionales (además de haber provocado una enorme mortandad de empresas mexicanas o su venta al capital extranjero), sólo realizan aquí una parte del proceso productivo, lo que está convirtiendo a México en maquilador o más exactamente en país-plataforma para el enriquecimiento de consorcios extranjeros.

El tercer fenómeno consiste en que esas empresas vienen en busca de la baratura de la fuerza de trabajo. Lo cual significa que la única vía para atraer la inversión extranjera, objetivo en el que se han empeñado los sucesivos gobiernos, es precisamente manteniendo esa baratura, y eso explica el descenso permanente de los salarios reales, desde 1977 hasta este 2017, con sólo cinco casos de excepción a lo largo de estos 40 años. También puede concluirse que lo único que exporta México es fuerza de trabajo, sea en vivo con los millones de migrantes o incorporada en el valor agregado a las mercancías.

Otra realidad derivada de la imposición del neoliberalismo, incluido el TLCAN, es la extranjerización de la planta productiva. Áreas completas de la economía son acaparadas por el capital extranjero como la Banca, la rama automotriz o gran parte de la minería y ahora van sobre el petróleo y la electricidad. Hecho que desde luego implica un saqueo de los recursos naturales y humanos de nuestro país y, también, no se puede negar, una merma de la soberanía.

Profesora de la Facultad de Economía de la UNAM, e integrante del CACEPS.
caceps@gmail.com

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