Andrés Oppenheimer es un periodista argentino que vive en Estados Unidos y escribe artículos y libros para entender a nuestros países latinoamericanos.

El más reciente se llama Crear o Morir, y en él afirma que la única esperanza para América Latina es la innovación: “Los países que progresan son los que piensan que se están quedando atrás… esa paranoia constructiva nos falta a los latinoamericanos… no hay ninguna universidad latinoamericana entre las primeras cien… en las pruebas PISA salimos últimos, todos los países de América Latina juntos no registramos ni el 10% de las patentes que registra Corea del Sur. Los países asiáticos nos han pasado como aviones… han estado guiados por el pragmatismo y obsesionados con el futuro, mientras los países latinoamericanos hemos estado guiados por la ideología y obsesionados con el pasado. Es una gran diferencia que se refleja en la falta de una cultura de la innovación… No es casual que países asiáticos que venían de una situación de pobreza igual o mayor que América Latina tengan hoy unos ingresos por habitante hasta tres veces mayores”. Y concluye: “Para convertirnos en una sociedad innovadora se requiere una cultura particular que venere a los Steve Jobs en lugar de a los futbolistas y cantantes que es lo que todos quieren ser”.

Oppenheimer viene a decirnos hoy, como si fuera su aportación original, lo que ya nos dijeron hace años Margaret Mead, Ruth Benedict, David McClelland, Edward Banfield, Alex Inkeles, Gabriel Almond, Sidney Verba, Lucian Pye y Seymour Martin Lipset, para quienes la diferencia en el desarrollo económico de los países se debe a su cultura y a sus valores. Ellos a su vez seguían al sociólogo alemán Max Weber cuando explicó el nacimiento y desarrollo del capitalismo a partir de la religión protestante.

Hoy quienes así piensan son muchos, entre ellos Lawrence Harrison, Samuel P. Huntington, David Landes, Michael F. Porter. El primero de ellos publicó en 1985 el libro: El subdesarrollo es un estado mental. El caso latinoamericano, en el que afirmaba que en nuestros países, la cultura había sido el principal obstáculo al desarrollo. El segundo fue quien estableció la comparación con los países asiáticos que hoy repite Oppenheimer. Huntington comparó a Corea del Sur y Ghana, dos países que a mediados del siglo pasado eran similares en su ingreso per cápita, a la división de la economía en productos primarios, manufacturas y servicios y a la ayuda externa que recibían, y que sin embargo hacia fin del siglo, habían tenido un desarrollo completamente distinto, pues el asiático era un gigante industrial, la economía número catorce del mundo, con una democracia consolidada, y el otro seguía siendo un país pobre y dependiente. Su explicación de esa diferencia fue la cultura, pues mientras los coreanos valoraban el trabajo duro, la organización, la disciplina y la educación, los africanos no tenían esos valores.

Estos análisis generaron una tormenta de protestas de economistas, expertos en la región e intelectuales latinoamericanos, que incluso crearon todo un cuerpo teórico, la teoría de la dependencia, para explicar el fracaso del desarrollo en el subcontinente más bien como consecuencia de las fechorías de los países ricos que de la cultura.

Sin embargo, en años recientes, algunos en esos grupos empezaron a encontrar elementos válidos en la argumentación culturalista (entre ellos Octavio Paz quien explicó nuestro atraso como derivado de la cultura católica), y cada vez más los científicos sociales han volteado hacia los factores culturales para explicarse hasta qué grado estos factores culturales moldean el desarrollo económico y político y cómo pueden eliminarse o modificarse los que se vuelven obstáculos, a fin de facilitar el progreso.

Seguiré con este importante tema la próxima semana, a raíz del libro de Oppenheimer que lo ha vuelto a poner sobre la mesa.

Escritora e investigadora en la UNAM.

sarasef@prodigy.net.mx

www.sarasefchovich.com

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