Relacionar la Teoría de la evolución con el nombre y obra de Charles Darwin es algo que se da casi de forma natural. Sin embargo, a la sombra y desconocido para la gran mayoría, se encuentra quien fuera abuelo y, a mi entender, una de las principales influencias de Charles: Erasmus Darwin (1731-1802), un médico sobresaliente, fisiólogo, filósofo naturalista, inventor y poeta genial considerado por muchos una de las personas más brillantes de su tiempo, incluido el gran poeta Samuel. T. Coleridge quien alguna vez dijo que Erasmus era “el primer personaje literario de Europa y el hombre con la mente más original”.

La importancia de la posición que ocupó Erasmus Darwin en la Europa del siglo XVIII fue documentada por primera vez apenas hace unos veinte años, cuando Desmond King-Hele recuperó y estudió los que llamó los “escritos esenciales” de Erasmus, donde se encuentran, ni más ni menos que los orígenes de la intuición de la evolución y de la construcción de la teoría que la explica y describe, y esto desarrollado por medio de un lenguaje poético por demás exquisito y admirable.

Estos escritos no son sino dos amplios poemas: La Economía de la Vegetación (primera parte de una obra más extensa titulada El Jardín Botánico de 1791) y El Templo de la Naturaleza de 1803 y que fuera publicado póstumamente. En ellos encontramos un estilo que bien puede compararse con el de otros grandes pensadores que emplean el lenguaje metafórico y la sensibilidad poética para expresar sus intuiciones científicas y transmitir los resultados de sus investigaciones.

En El Templo de la Naturaleza Erasmus concibe a la naturaleza y a la vida en todas sus formas como algo móvil, en constante cambio y que se desarrollaba a través del tiempo, y considera también el origen de la vida a partir de materia inanimada, desde las formas más simples hasta las más complejas. Ahí dedica a este tema las siguientes líneas: “Así, sin padre, por creación espontánea,/ Se alzan las primeras motas de tierra animada;/ Del vientre de la Naturaleza nadan plantas o insectos/ Y brotes o suspiros con miembros microscópicos”.

A lo largo de este poema describe el proceso de transformación de la vida en la Tierra, e incluye una descripción gráfica de la competencia entre los organismos por los recursos, como se aprecia en el siguiente verso: “Son-
riendo conduce Flora su carro armado/ A través de gruesas filas de guerra vegetal:/ Hierba, arbusto y árbol, se levantan con emoción/ Por aire y luz luchan en los cielos;/ Sus raíces divergentes con afanes opuestos/ Contienden debajo por humedad y suelo”.

Ahí mismo, al imaginar cómo la aparición del ser humano en la Tierra se debe a una serie de cambios graduales, a través de milenios, que parten de un origen animal más básico, Erasmus declara: “Conscientes del presente, no ciegos al futuro/ ¡Relacionan el razonamiento del reptil con el de la humanidad!/ ¡Doblégate, orgullo envidioso!/ ¡Observa en conjunto las formas hermanas!/ ¡A tu hermana la hormiga y a tu hermano el gusano!”.

Por otra parte, en su obra magna, Zoonomía, o las Leyes de la Vida Orgánica (un éxito editorial traducido inmediatamente al francés, alemán, italiano y portugués), Erasmus ahonda en su idea de la evolución biológica y explica su creencia en que la vida en la Tierra no sólo deviene y se transforma, sino que comenzó en filamentos microscópicos en los mares primigenios, se desarrolló bajo la influencia de fuerzas naturales en todas las plantas y criaturas hoy conocidas —incluidos los humanos—, y que, aquí algo genial, este proceso aún está lejos de concluir. Ya sería en el nieto, Charles Darwin, donde el legado de Erasmus se vería reivindicado y retomado exitosamente, pero eso es ya historia conocida. (La versión original completa del poema referido se puede consultar digitalmente en: http://www.rc.umd.edu-
/editions/darwin_temple/
).

Directora de la Facultad de Ciencias de la UNAM

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