Persona y escritora, las ideas y la obra; en Elena Garro pareciera que sus errores y sus opiniones políticas, la relación con su exmarido Octavio Paz, jugaron un papel en contra de su visibilidad, de la notoriedad de su obra (a pesar de que el cintillo inapropiado de una reciente edición la anuncia por sus relaciones con marido y amante). Exiliada y con una vida en vilo y excéntrica, la distancia y el enfriamiento de la consideración nacional, la tuvieron en una hielera que afortunadamente no se ha podido prolongar. Si bien, anota Geney Beltrán en el prólogo y de la antología reciente publicada por Cal y Arena, la obra de Elena Garro se divide en dos momentos disparejos: el de los años cincuenta y sesenta y el de los ochenta y noventa, el primero más poderoso y fresco, el segundo de todos modos inquietante por la prolongación de sus temas y propuestas en el manejo del tiempo y el espacio, a Elena Garro se le dejó de leer. ¿Por qué no estuvo en la agenda de las lecturas preparatorianas Los recuerdos del porvenir a la par que Pedro Páramo, Los de abajo y El águila y la serpiente? Cuando leí Los recuerdos del porvenir me deslumbró, por distinta, por la originalidad de su prosa. Caí rendida ante sus tintes faulknerianos, sus personajes misteriosos y fuertes, las metáforas que me hacían sentir la textura de México entre los dientes. Los lectores estamos en deuda con la obra de Elena Garro.

Los cuentistas mucho más.

Es una de las escritoras mexicanas que se subió al tren del cuento que se presentaba vigoroso y original, en tiempos de Rulfo, Arreola y Revueltas. La década en que las mujeres pudimos votar por primera vez coincide con el banderazo de narradoras notables como Inés Arredondo, Rosario Castellanos, Amparo Dávila, Guadalupe Dueñas y Elena Garro con La semana de colores (1964).

Si se dice que todos los cuentos vienen de “El abrigo de Gogol”, no podríamos decir que los cuentistas mexicanos venimos de “La culpa es de los tlaxcaltecas” de Elena Garro. ¿O habrá que acotar la frase y decir que las cuentistas mexicanas venimos de ese cuento? ¿Será una exageración de mi parte? Un cuento que toca nuestra historia con mayúscula y nuestra historia privada como mujeres. Que mira desde los intestinos de una casa el sometimiento histórico, la domesticidad y la rebeldía que Garro maneja espléndidamente. ¿Por qué no pensar que somos hijos de este cuento de filo preciso, que enreda tiempos y espacios, los trastoca, y que refiere al origen, la traición, la identidad. La mexicanidad nacida de la conquista, la traición y el coito. Ser de alguien. Las mujeres: esposas, madres, hijas, tema permanente de Elena Garro. El título es sin duda afortunado y sugerente. Los antiguos tlaxcaltecas cargaron con el estigma de definir el curso de nuestra historia. Nuestra esencia mestiza dependió de ellos. Y quién es Laura que no sabe con qué marido estar pues pertenece a dos trozos de la historia del país. Los dos la reclaman y ella sólo tiene el Café Tacuba para reconocer que está en el centro de México, en el que fue y el que es.

Tan inquietante “La culpa es de los tlaxcaltecos” como “Una mujer sin cocina” de la segunda etapa de producción de Garro donde Lelinca y su hermana Eva travesean los domingos, salen a deshoras con sus canicas multicolores en las manos, y aquel hombre de ojos azules les ofrece comprarles un globo, cuando han sido advertidas de no hablar con nadie. Huir se vuelve una forma de traspasar el tiempo, el miedo y el dolor cuando Lelinca atraviesa un muro siguiendo la imagen de su madre y está entre los olores de la cocina de siempre, pero los padres han muerto, y Tefa, la nana, ha envejecido. La cocina es otra vez el espacio donde se juntan las mujeres bajo la sabiduría y complicidad de la nana. Es Tefa quien enfrenta a la niña con la verdad entre el arropo de la vainilla y el chile, y es quien le ofrece consuelo. Lo mismo ocurre con Nacha, el ama de llaves de “La culpa es de los tlaxcaltecas”, quien reconoce que Laura habita esos dos mundos, y comprende, pues ella misma es una forma de traición o puente. Nacha debe sacrificar su origen en aras de la lealtad. Las nanas de Garro encarnan la sabiduría ancestral que les permite habitar dos mundos. Las nanas son las bisagras de los mundos reunidos en las cocinas del México postrevolucionario. (La nana de Balún Canán de Rosario Castellanos es quien traduce a la niña protagonista el mundo indígena de Comitán.)

Las escritoras de medio siglo pusieron el acento en esos méxicos que habitaban un mismo techo, en las mujeres que encontraban en el espacio de la cocina la amalgama de mundos. Esposas, hijas, madres.

La obra de Garro habla por si sola y —sea de quien sea la culpa—es tiempo de dialogar con ella.

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses