The Western Flyer es el nombre del barco pesquero de sardinas en el que John Steinbeck se embarcó con su querido amigo, el biólogo Ed Ricketts, a quien había conocido en la Universidad de Stanford, para llegar desde Monterey al Mar de Cortés. Era 1940, Steinbeck quería apartarse de toda la publicidad, controversia, finanzas futuras alrededor de su éxito reciente, Las viñas de la ira. Desde The Hermitage, una residencia para escritura en Manasota Key en Florida, veo hacia el Golfo de México y leo el New York Times, allí aparece la noticia que me lleva a la costa del Pacífico. Un millonario compró el barco de esa expedición, 75 años después, y está invirtiendo en su reparación para devolverlo al mar como estación científica. De alguna manera devolverle su espíritu.

Resulta excéntrico y desde luego costoso, y a uno le parecería difícil de comprender que es la lectura la que está detrás de la decisión del nuevo dueño, John Gregg. (¿No podrían nuestros futuros millonarios ser lectores? Invertirían en la conservación y reciclaje de las casas de los escritores, en sus bibliotecas, en sus papeles, plumas, coches y en el contagio por la lectura de esos autores.) Cuando era niño llegó a sus manos El diario del Mar de Cortés, que escribiera Steinbeck sobre la expedición para recolectar especies con su entrañable amigo Ricketts (más de 16 especies llevan la terminación rickettsi en su nombre científico); el libro le regaló a Gregg el olor del mar, el color de la madera y azuzó su espíritu científico y su amor por los barcos. Uno puede imaginar las noches de mar, estrellas, el solitario páramo que era entonces el Mar de Cortés, las leyendas que lo habitaban, las especies endémicas que se daban en ese ecosistema particular. Uno imagina las copas que se bebían juntos, de lo que hablaban, y cómo, tanto Ed Ricketts como Steinbeck, tomaban notas. El escritor publicó el libro de viaje y reflexión mientras que el diario de Ricketts fue localizado 63 años después de su muerte. (En 2013, y con el diario de Ricketts también en mano, se hizo una expedición similar en conmemoración de aquel viaje.)

La familia Steinbeck tenía una cabaña en Pacific Grove, donde John se fue a vivir recién casado. El laboratorio de Ed estaba muy cerca. Volvía a ella muchas veces para su escritura, ya fuera después de ser corresponsal de guerra, o desde Nueva York, donde vivió varias veces, o cuando murió su amigo Ed una semana antes de su siguiente expedición.

¿Cuál es el espíritu que la reparación del Western Flyer preservará? Se utilizó en pesquerías en Alaska, para alguna expedición de investigación, alguien lo quiso instalar frente a un restaurante en California, se hundió tres veces y en 2018 tendrá nueva vida. Steinbeck y Ricketts compartían no sólo la afición por el mar y la curiosidad científica (que el biólogo podía llenar de información), escuchaban los conciertos de Brandenburgo y soltaban preguntas. La ciencia, la literatura y la vida misma no son más que un manojo de preguntas constantes. La pregunta es el movimiento. El barco en el Mar Pacífico, rodeando el extremo sur de la península para entrar en el azul intenso del golfo es el mejor escenario para la curiosidad desnuda, para la camaradería en el día y la noche, a la vera de los sonidos y el asombro. Porque como escribió Steinbeck: un pez en un frasco de formol no es toda la verdad, pescarlo, comerlo, permite indagar de otra manera. Entre clasificaciones y anotaciones sobre los especies que recogían durante las seis semanas de trayecto, revela el libro: “Nos dijimos la verdad sobre nosotros mismos”.

Aunque el Western Flyer estará equipado con laboratorios científicos y sistemas de navegación actuales, hasta con un baño moderno, la memoria de sus maderas no podrá ocultar las geografías, camaraderías y la mirada de un escritor que dejó el mar en historias. Todo por culpa de un buen libro en las manos de un joven.

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