Los signos vitales de la economía mexicana comienzan a mostrar algunas señales preocupantes. Tal vez el indicador que todos estamos siguiendo con más preocupación es el tipo de cambio. La semana pasada fue una verdadera pesadilla para nuestra moneda, porque se pasó la barrera de los 20 pesos por cada dólar. Para los mexicanos más jóvenes no, pero para mucha gente de más de 40 años el comportamiento del tipo de cambio nos hace revivir ese temor que ya se nos había olvidado: las crisis de fin de sexenio, cuando la devaluación del peso era la señal clara de que las finanzas del país se irían a pique y, junto con ellas, los ahorros y los planes personales y familiares de crecimiento y progreso.

Lo que es un hecho es que nuestra economía no marcha bien. A estas alturas del sexenio, se suponía que las reformas nos estarían impulsando por encima de nuestra tasa inercial de crecimiento del PIB. Y hay que reconocer que la idea era buena porque, con la clara excepción de la reforma fiscal - que fue un desastre en términos de crecimiento, el paquete de reformas económicas tenían aspectos muy positivos. Son instrumentos que el país sí necesitaba para modernizar aspectos clave de la economía. Pero ahí está precisamente el concepto clave: las reformas son herramientas. Son medios, no fines. Y como cualquier herramienta, es necesaria la eficacia para utilizarlas.

Por lo pronto, el gobierno ha anunciado un fuerte recorte al gasto que, en teoría, debería mandar una señal muy clara a los mercados de que la disciplina fiscal va en serio. Lamentablemente, no será suficiente. Y además los estados, sobre todo los que tienen cambio de gobierno, están muy afectados. No sólo porque el gobierno ha perdido mucha credibilidad por incumplir recortes anteriores, sino también porque los fundamentales de la economía mexicana se han venido deteriorando, especialmente la balanza de pagos, que registra desde 2015 un déficit creciente que ya preocupa a los tomadores de decisiones del mundo financiero.

Pero el fardo que realmente necesitamos sacudirnos para poner en orden nuestra economía se llama corrupción. La corrupción, y su aliada, la impunidad, son el factor estructural que impide que lleguen más inversiones y que hace que las que llegan no sean más productivas y generen mayor crecimiento y bienestar. La falta de un Estado de derecho eficaz es lo que más nos está pesando para crecer, las calificadoras no subirán sus perspectivas mientras se vea esa debilidad. Ahí es donde podemos y debemos enfocar nuestros mayores esfuerzos para cambiar. Esa es la reforma estructural que necesita nuestra economía, la de la legalidad y la ética, la reforma del Estado de derecho, la reforma que acote y castigue a la corrupción.

En este contexto, no es una buena señal que en el proyecto de presupuesto para 2017 no se haya contemplado partida para el Sistema Nacional Anticorrupción. Organizaciones de la sociedad civil han señalado su preocupación por la falta de recursos asignados para el Secretariado Ejecutivo del sistema, que de acuerdo con la ley debe arrancar funciones en junio de 2017. Este secretariado es el cerebro del Sistema Nacional Anticorrupción: es donde se diseñará la política pública, se administrarán los sistemas de inteligencia para investigar casos de corrupción y, también, donde se desarrollarán las recomendaciones para el gobierno, entre otras funciones clave. ¿Se darán cuenta en Hacienda que esta es una muy mala señal sobre el compromiso del gobierno para combatir el principal problema de nuestro país? Ya son varios legisladores los que están señalando este tema con enorme preocupación. México necesita dar señales, al menos de una verdadera preocupación, para combatir la corrupción y la debilidad del Estado de derecho.

Abogada

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