A pesar de todo. Tercas como son, y cíclicas, han regresado a nuestras calles las jacarandas. Cada año porfían en su mensaje: se le puede ganar al gris. Les basta el color tan suyo combinado con hartos verdes para darle a la Ciudad una noticia: hay que reclamar, aguantar, tener paciencia, sacar fuerza de donde haya, y hallarla, para no cejar. Si como dijo un sabio de Narvarte, haciendo variar la frase del filósofo francés: “pienso, luego insisto”, lo que toca es, como ellas, insistir para ponerle color al horizonte agrisado que ofrecen los que hoy mal administran al país, y aquéllos que fracturan al mundo.

Entre los inviernos y primaveras de cada vuelta de la tierra al sol, ocurre el intento de miles y miles de jóvenes por encontrar camino para seguir estudiando. Que persistan y tengan por la educación aprecio, no solo ellos sino sus familias, es alentador. Llenan las aceras aledañas a las escuelas en espera que salga la hija del examen; se sientan en la defensa de un coche para estar cerca cuando vean que ya viene su chaval. Ahí están, como las jacarandas, confiando en que, tal vez, esta tierra avara en oportunidades para la mayoría, que cubre con cemento pesado cuanta tierra fértil ve, les permita saltar la cerca de la desigualdad y hacerse de un espacio, de coordenadas sociales, para no quedar fuera: sin trabajo y sin escuela. Tener una credencial, el horario que ponga orden al día y le dé sentido al momento de despertar sin acabar de dormir. Madrugar.

De cada cien, ocho lograron un lugar en la UNAM en el primer examen. No es problema de talento: es cuestión de pocos lugares para tantos que los buscan. Irán de nuevo. Se han inscrito en otras opciones para ver cuál pega. La esperanza se sostiene hasta que se acaba… quizá el año que entra sale.

Es prodigioso que haya jacarandas, y se enciendan, con todo en contra para que ocurra. También que se intente seguir en las aulas cuando es claro que el futuro promisorio no pasa por ahí a ciencia cierta, sino en ser gobernador, robar y desaparecer con la complacencia, esa sí certera, de los encargados de evitarlo. Ellos merecen la abundancia mal habida. Nuestros muchachos, tantos, no consiguen un pupitre y menos el que quisieran.

El mal aire, el viejo esmog, intenta ahogar lo que florece en las aceras. Casas blanqueadas, un país que donde caves hallas huesos, senadores que votan lo que quiere el que decide, y vaya si decide en serio: “la crisis está en su mente, el país marcha sobre ruedas”. Esos niveles de contaminación de la vida social, agobiantes, crecen: una reforma educativa que solo ocurre en los comerciales de los medios, porque para que tuviera sentido y fuerza hizo falta la inteligencia de los maestros de a de veras. No le hace, dicen: antes de nosotros, el Monstruo Pedagógico hacía de las suyas a golpes de memoria, pero llegamos, con la modernidad de la enseñanza, y todo será luz en el futuro. Qué lejos está, señores de la SEP, la verdad del color de las jacarandas en comparación con los foquitos de las pantallas. La educación no cambiará si su propuesta es aprender a “prender” la televisión, y maravillarse con el volcán que eructa sal de uvas.

Como recordó Roberto Rodríguez: “peor que la memoria es el olvido”. Y se les olvidó, es un decir, que primero era el proyecto y luego la evaluación, y que un proyecto no es una ilusión pueril sin asidero. Lo más seguro es que la reminiscencia del Ogro Demagógico recordó que la educación ha sido y es un asunto político, o meramente electoral: ¿pondrás en riesgo, con un voto en contra de nosotros, el nuevo modelo “aprendedor” que es la base del futuro de México? Vaya chantaje. Las jacarandas volverán, siempre, porque hace falta que “la dignidad se haga costumbre” y seguirán cuando así ya sea. Habrá que darle. Y duro.

Profesor del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México.

@ManuelGilAnton
mgil@colmex.mx

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