En un mes inicia el proceso electoral que culminará el 1º de julio de 2018, con el sistema de partidos, repudiado bajo el calificativo “partidocracia”; entramado de intereses con un sólo objetivo: impedir lo inexorable de la encuestas, que Morena y López Obrador triunfarán en 2018; o sea, impedir con maniobras, malas artes, simulaciones, fraudes, una auténtica elección democrática en la que el pueblo elija a su autoridades. El sexenio de Peña inició con el “Pacto por México”, las cúpulas del PRI, PAN y PRD asociadas en las reformas neoliberales, involución constitucional, aliados en el modelo económico —desigualdad y pobreza—, en un esquema de seguridad —fracasado—, vinculados en la corrupción integral. Pagan el precio: el desprecio popular. Según encuestas, el PRI cae al tercer lugar y en picada; el PAN fracturado por Calderón pretendiendo su reelección vía marital; el PRD en implosión, sus bases sumándose a Morena y su “mejor” candidato apenas en el 10%. La simulación de los partidos apéndices —simples instrumentos— jugará el papel asignado: el Verde, adminículo priísta, correrá su suerte; Nueva Alianza, secuestrado por Peña mediante amenazas a sus dirigentes de seguir la suerte de su fundadora; Encuentro Social, émulo de Nueva Alianza con colorido hidalguense.

El “nuevo PRI” de Peña con 19 gobernadores en 2012, hoy 10 presos, prófugos o bajo sospecha. Ningún miembro del gabinete creció. Osorio Chong, policía mayor, hundido entre muertos y desaparecidos; Videgaray, títere del yerno de Trump, lo corren y regresan sólo por eso; Nuño, derrotada su reforma educativa, aplazada “para el futuro”. El PRI no tiene “candidato”. Ochoa, sin autoridad, luchando por imponer candidato “ajeno”, campeón del modelo económico, vinculado a Estados Unidos —¿Meade?—, confronta resistencia de aspirantes “internos”. Su asamblea decidirá pero, con interno o externo, su caída es irremediable, los priístas lo reconocen. El PAN: débil ante la obsesión de poder de Calderón, Anaya —su dirigente— lucha por quedarse con la candidatura; el injerto “gordillista”, Moreno Valle, compartiendo contratistas y corrupción con Peña. El PAN no se salva de su asociación con el PRI, comparte sus monumentales fracasos y el imposible olvido de su “guerra contra la drogas”, tragedia nacional. El PRD, ya sin bases, con su “fortaleza” Mancera, jefe de Gobierno “enanizado”, aspirando a ser un Zepeda nacional.

Así, la partidocracia desesperada apunta dos rutas alternativas en la lucha electoral. 1) Fragmentar el voto mediante candidatos paleros del PRI: un panista contratado para la derrota, como en el Estado de México; perredista versión nacional del “zepedismo”, “engaña-bobos” izquierdistas; un fingido “independiente” “atrapa-votos” anti-partidistas; los partidos apéndices, esperando la función que les atribuyan, como la “broma” del Verde: llevar connotado ciudadano como candidato presidencial. Todo y todos para intentar reducir la votación morenista y empujar —inútilmente— al candidato priísta, militante o ajeno. Ruta 2: un supuesto “Frente Opositor al PRI”, con el PRD como “el Verde” del PAN, replicando alianzas electorales locales.

El sistema de partidos tradicional es un auténtico fraude, amalgama de intereses del statuo quo, privilegios oligárquicos, contrarios a los intereses nacionales, sociales, populares, concentración grotesca de la riqueza, clase media a la que asustan con imágenes de horrores extranjeros cuando el horror está en México. Para estos histéricos, el enemigo es la democracia que se anuncia con el crecimiento de Morena, nuevo partido, ajeno al sistema tradicional, el más votado y de mayor crecimiento desde 2015; con López Obrador, primer lugar en todas las encuestas y en cualquier combinación de candidatos. Esa alianza oligárquica hundida en la corrupción y la injusticia, sin candidatos reales, es incapaz de detener la marcha victoriosa de Morena. México será un ejemplo en 2018: sí se puede rescatar una nación.

Senador de la República

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