Parece que el jefe de Gobierno Miguel Mancera decidió convertir la derrota electoral del mes pasado en una oportunidad para relanzar su proyecto político. Pero para asumir un liderazgo político real, con viabilidad hacia el futuro, necesita tomar el mando e imprimirle un rumbo claro a su administración.

La reciente resolución de pedir la renuncia a los miembros de su gabinete, evaluar a sus integrantes y en dos meses hacer los cambios pertinentes, puede ser el primer paso de una operación para recimentar el edificio del poder capitalino; debilitado mucho antes de los comicios, agrietado por la disputa de las candidaturas en el PRD y descuadrado por el terremoto del 7 de junio.

Mancera, sin militancia amarilla, fue catapultado por Marcelo Ebrard para sucederlo cuando podía quitar y poner rey. Lo prefirió sobre Mario Delgado a quien las encuestas reconocían como el mejor posicionado; sin embargo, esa inicial desventaja la pudo superar por tres factores: la hegemonía perredista en la ciudad, la ola lopezobradorista y el desvanecimiento de la oposición, así obtuvo el más alto porcentaje en el serial de las elecciones defeñas: Cárdenas, 48.1 (1997); AMLO, 34.5 (2000); Ebrard, 46.3 (2006); Mancera, 63.5 (2012).

Malgastó ese capital político en un proyecto confuso. De la mano con Los Chuchos se afilió a la cofradía del peñismo pluripartidista, cometió parricidio y se abandonó en los brazos de una nueva tribu política comandada por su primer ministro Serrano. Pero mientras acariciaba el sueño de ocupar la oficina principal del palacio de al lado, la ciudad bajo su conducción entró en franca decadencia. Nadie ve por sus habitantes. Hay desastres en el transporte, la seguridad, las vialidades, los espacios públicos, la invasión del ambulantaje y el agravamiento de la contaminación. Las delegaciones son botín de facciones partidistas, verdaderas minas de oro saqueadas por clanes familiares y pandillas acompadradas. Para encubrir el mal gobierno se recurre al pan de las dádivas sociales y al circo de los conciertos masivos en el Zócalo y en la Columna de la Independencia. La Asamblea local, supuesto contrapeso al Ejecutivo, brilla por su ausencia. Los legisladores están ocupados en la febril ordeña del presupuesto.

Llegó el 2015 y la rebatinga por las candidaturas defeñas. Entonces sobrevino el pandemónium de la fractura izquierdista, las deserciones, traiciones y trafiques de todos contra todos. La elección sacó a la superficie lo que ya corría por los albañales de la política capitalina. Resultado: el jefe de Gobierno quedó como equilibrista sin red a merced de una asamblea de composición novedosa y provocadora: Morena 22, PRD 21, PAN 10, PRI 7, otros partidos 6.

Este escenario da para todo. Parece que Mancera ha visto con claridad las ventajas de romper con los compromisos del pasado que lo aprisionan. Su debilidad es su ventaja porque no es miembro de ningún partido, pero tendrá que ser arrojado y creativo para aprovecharla. Tiene opciones. Todas pasan por inaugurar en el DF una experiencia de gobierno parlamentario, primera en la historia mexicana. El reto es negociar con diversas fuerzas la formación de un bloque mayoritario en la ALDF y rearmar el gabinete como espejo de tal acuerdo. Las combinaciones son diversas, por ejemplo: gobierno de izquierda con Morena-PRD-PT-MC; gobierno del pacto tripartita con PRD-PAN-PRI acompañado de sus satélites Verde-Panal-PES; gobierno de gran coalición con todos los partidos, otorgándoles carteras en el gobierno en proporción a sus votos en la Asamblea. Es tiempo de decisiones. El jefe de Gobierno debe tomar la iniciativa para no ser rebasado por la situación, de lo contrario asistirá impotente a la conclusión de su debacle.

Analista político.

@LF_BravoMena

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