Peña, tres años después

Satanizar tres años de Enrique Peña Nieto es una tarea relativamente sencilla, políticamente correcta y mediáticamente redituable. Particularmente, su último año ha estado plagado de fracasos que superan por mucho los aciertos.

Peña Nieto, por ejemplo, fue el presidente que arrestó al Chapo Guzmán y Peña Nieto fue también el presidente al que se le escapó el Chapo Guzmán.

Peña Nieto fue el presidente que logró disminuir la percepción de violencia en el país hasta que Guerreros Unidos secuestró y muy probablemente asesinó a 43 normalistas de Ayotzinapa, recordándonos que el narco sigue dominando buena parte del país.

Peña Nieto fue el presidente de las reformas estructurales, del Pacto por México, de las enmiendas constitucionales en educación, energía, economía, finanzas, temas fiscales y hasta territoriales pero, al mismo tiempo, ha sido el presidente que no puede implementarlas por temas externos al país, como la crisis económica global, o por la pura torpeza de su equipo, como la reforma educativa con el ex secretario de educación Emilio Chuayffet.

Peña Nieto fue el presidente de los conflictos de interés, de la Casa Blanca y también el impulsor, junto al PAN, en el Congreso, del Sistema Nacional Anticorrupción como parte de una reforma integral al aparato de justicia mexicano.

Peña es un excelente comunicador de logros, se le da bien la sonrisa carismática, las selfies grupales y la enumeración de promesas, pero es un pésimo estratega en tiempos de crisis que muchas veces terminan por rebasarlo.

A la mitad del sexenio, con la carrera por el 2018 ya iniciada, el presidente tiene una oportunidad de oro: convertirse en un estadista que logre convencer y ganar credibilidad, pasar a la historia como algo más que el presidente de las reformas, sino también como su implementador.

En los tres últimos años será más difícil.

Arranca Oaxaca

Dice Alejandro Murat que buscará una gran alianza por Oaxaca, sin embargo, la alianza tal vez comience por el PRI, ¿candidato de unidad?