Para Navidad, la abuela José me dio un presente peculiar, envuelto en un papel estampado de arbolitos y renos estaba un batidor para blanquillos, no es eléctrico ni nada moderno, es un cubierto que al menos tiene 25 años de existencia, no es una reliquia de colección para nadie, salvo para mí.

El batidor tiene forma de micrófono, fue mi juguete predilecto de niño, con él jugaba a ser cantante y entrevistaba a mis tíos, a mis padres y por supuesto a mi abuelita, a la bita José, cada que pasaba los fines de semana en su casa, a veces, el batidor se convertía en un arma poderosa, podía ser una espada galáctica o una metralleta de rayos láser con la que perseguía a mi primo o a mi hermana, o también, enterrado entre las almohadas del sofá, era la palanca de velocidades de un enorme camión que manejaba con rumbos desconocidos mientras un viejo gancho de ropa la hacía de volante.

No tuve una infancia pobre ni lujosa, como todo mexicano de clase media, mi familia hacía todo lo imposible por llenar el árbol de juguetes para mi hermana y para mí, coleccioné desde los Thundercats hasta los Cazafantasmas, pero, aquel batidor de la casa de mi abuela, siempre estuvo presente en casi todos mis juegos, por eso el regalo me llenó de esa nostalgia que evoca mil sonrisas.

Junto al batidor, mi abuela me regaló también unos twinkie de chocolate, en una época en que el azúcar no era satanizado, era mi golosina predilecta frente a la televisión con un buen vaso de leche fría.

Nunca he condenado el consumismo, me pesan los comentarios moralinos de que los viejos días fueron mejores, de que la tecnología les arrebató la imaginación a los niños, o de que el capital se ha robado los valores. No lo creo, una cosa no está peleada con la otra, creo más bien que los momentos felices se pueden encontrar en cualquier rincón sin importar que se tenga mucho o poco dinero, en un abrazo largo con los seres amados, en un choque de copas con los amigos, en carcajadas que aprietan el estómago en la mesa familiar, o incluso en el juguete más simple de la infancia.

¡Felices fiestas!

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