Quizá no podemos compararnos con Venezuela o Cuba en cuanto a violaciones de derechos humanos se refiere, gozamos de cierta libertad, de cierto respeto, de ciertas garantías. Solo de “ciertas”, no de todas.

Mal de muchos es consuelo de tontos, argumentar que otros países son peores que México en la materia no sirve absolutamente de nada: aquí mataron a 43 estudiantes, aquí enterraron a 72 migrantes, aquí quemaron a más de 50 ciudadanos en un casino, aquí la policía tortura todos los días y a veces ni huella deja, aquí hay ejecuciones extrajudiciales, aquí los que nos cuidan abusan de su placa, aquí nos desaparecen, nos extorsionan, nos violan, nos vejan, nos secuestran por un ratito o por toda la vida, nos tratan como esclavos sexuales, nos orillan a emigrar, nos niegan servicios básicos como salud, agua, luz o un simple techo, aquí, en México, nos joden quizá mucho menos de lo que nos joderían otros países, pero definitivamente mucho más que en la mayoría.

Debemos entender a los derechos humanos como un valor que trasciende el simplismo legal del abuso de una autoridad a un gobernado, porque también cuando ésta es omisa, cuando no puede garantizar ni seguridad, ni orden, ni bienestar, ni las condiciones mínimas, indispensables para la vida en sociedad y en paz, está violando sistemática y generalizadamente los derechos humanos de su pueblo.

La raja política sobra, estorba y no aporta un comino a la construcción de un Estado que respete los derechos humanos, ni el discurso republicano que niega o minimiza los problemas ni las voces alarmistas que los exageran a extremos insostenibles sirven para el fortalecimiento de una democracia garantista.

Enhorabuena por la apertura de México a la crítica internacional, ¡bienvenida la CIDH, la ONU, los peritos argentinos y cualquier otro observador, relator o alto comisionado!

Seamos eclécticos, tomemos lo mejor de las recomendaciones internacionales, no serán la panacea pero seguramente nos mostrarán un mejor camino del que hemos recorrido, quizá hasta nos den ideas para construir uno propio. Uno que merecemos.

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