Cualquiera debería poder entender el dolor de una herida abierta en la sociedad mexicana ante una aberración cruenta como el caso de Ayotzinapa. Hablamos de 43 jóvenes que fueron desaparecidos y muy probablemente masacrados de forma indecible por personas ligadas al crimen organizado y que al mismo tiempo, en algunos casos como el de los gobiernos de Iguala y Cocula, pertenecían al Estado Mexicano.

Luego de crisis económicas que sumen en la frustración a más de la mitad de los mexicanos que viven en alguna condición de pobreza (o “insuficiencia de ingresos”, si queremos eufemismos), ante el claro deterioro de servicios públicos como salud, seguridad y justicia, ante casos de corrupción que brotan como cascada uno tras otro en todos los niveles de gobierno, frente a una oposición desdibujada y desarticulada, cualquiera debería poder entender la ira e incredulidad de una gran parte del país ante todo lo que suene a Estado.

Ayotzinapa es una de las gotas que han derramado el vaso repleto de ira en la sociedad mexicana, no nos indignamos tanto con los cientos de feminicidios de Juárez (y el país) que aún hoy se siguen cometiendo, ni con los 72 restos de migrantes encontrados en Tamaulipas durante el sexenio pasado, ni con los 54 muertos del Casino Royale en Monterrey, ni con los bebitos de la Guardería ABC de Sonora, ni con los miles desaparecidos, levantados, secuestrados, torturados y asesinados durante los últimos años. (¿alguien sabe realmente cuántos son?)

Ayotzinapa duele e indigna por ser una aberración per se, representa y refleja lo peor de nosotros como sociedad, nadie tiene el valor de verse un monstruo en un espejo, en lo colectivo lo somos, uno espantoso, uno de lo más ruín, uno que ha permitido que pase el infierno mientras brinda mezcalero para no verlo. Ayotzinapa duele porque Ayotzinapa somos todos. Es nuestro reflejo en el espejo. Somos, de algún modo, también parte de ese México.

Y buscamos un culpable, es más fácil fabricar historias que nos hagan catarsis, es más fácil culpar al Estado entero, al Ejército en su conjunto, a la Policía en su totalidad. Insisto, se puede comprender el enojo desbordado que nos lleva a la negación, pero eso no terminará por eximirnos de que algún día pisemos lo peor y terminemos presas de las llamas que no apagamos a tiempo.

Creo que el Gobierno Federal busca el control de daños de un suceso que lo agarró desprevenido, que le pasó de noche entre las mieles del Mexican Moment, fallaron, fueron omisos y han aceptado su responsabilidad. Les toca juzgar y dar una final y definitiva explicación.

Creo que el Grupo de Expertos de la CIDH y otras organizaciones y partidos políticos han convertido a Ayotzinapa en una moneda de chantaje y en una bandera política que nada tiene que ver con la tragedia de 43 familias.

No veo a nadie gritando contra los hijos de puta que mataron a 43. Porque, seamos francos, están muertos y los mataron los narcos.

Ojalá no terminemos siendo la Tiranía de Los Pusilánimes, nos debemos más que eso.

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