Hace unos días estuvo en México Estela de Carlotto, invitada por Amnistía Internacional a la presentación del Informe sobre Desapariciones en México. Minutos antes, tuvimos la oportunidad de conversar con ella.

A pregunta expresa sobre la fuerza para su lucha, contestó: “toda mamá y toda mujer tiene adentro una leona, que no sabe que la tiene y la saca en el momento adecuado”. Aclara que cuando mataron a Laura, su hija, ella era una maestra que pensaba que su destino era dar ternura a los niños y estar en casa. La historia le tenía preparado un papel protagónico como figura pública de trascendencia mundial.

El factor que la impulsó a ella y a las otras abuelas de la Plaza de Mayo fue el honor: “por esos hijos y el respeto que merece la lucha que dieron”, dice. “Dieron la lucha hasta dar la vida”. “Eran muy jóvenes, tenían todo: familia, amor, bienestar, cultura. La mayoría eran universitarios… aunque también había obreros.”

Las abuelas vieron lo que tenían en común. Compartieron las historias personales de sus hijos e hijas. Algunas pudieron enterrarlos, otras no. La pregunta ¿dónde están? se repetía con un eco infinito. “No es lo mismo vivir el duelo, a la angustia de no saber, al acostarse y levantarse, dónde está el hijo, la hija, el marido, el hermano. ¡Es una sensación atroz!”. “El duelo serena, no amortigua la lucha, pero serena. Se puede llevar una flor, hacer una oración. Se puede estar ahí”. Es la diferencia entre verlos muertos a no saber qué pasó.

Doña Estela había vivido muchos años bajo el esquema de la dictadura. Narra que hubo muertes en el 55, pero que no se gestó una expresión social fuerte que las condenara. Por eso, ella y las otras abuelas querían que sus hijos no hicieran militancia, sino que estudiaran. Les decían: “estudia, no te metas”, pero cada día fueron entendiendo más los ideales de los jóvenes y decidieron apoyarlos. Empezaron a acompañarlos y a aprender de ellos.

La rabia, el desasosiego y la esperanza fueron después el motor. “No se trataba de llorar en la casa, sino de no quedarse quieta ni un solo segundo hasta encontrar justicia y fuerza para localizar a los nietos. Aunque cada nieto tenía su historia, cada historia individual se hizo colectiva. La clave fue decir no a los individualismos. Cada nieto era nieto de todas y la abuela biológica no decía después del hallazgo, ahora me dedico a lo mío. La solidaridad continuó siempre”, relata doña Estela.

Las abuelas comenzaron a caminar por la Plaza de Mayo, solas, atemorizadas porque había armas, también perros y caballos en alerta. La abuela insignia recuerda el día en que ella se sumó al grupo y le dijeron: ¡camina!

En el cruce con otro caminar, en el Museo Memoria y Tolerancia, la argentina estuvo flanqueada por Leticia Sánchez que ha buscado a su hijo desaparecido hace 6 años en Ciudad Cuauhtémoc, Chihuahua y por Cristina Bautista, madre de uno de los muchachos de Ayotzinapa. El dolor desde lo profundo hizo que la voz de ambas resonara en los tímpanos presentes. ¿Y más allá?

Con preocupación evidente, doña Estela nos dijo que no puede dar consejos porque no hay recetas únicas. “Al inicio, es muy difícil saber qué hacer, hacia dónde ir, pero lo peor es quedarse quieto. Hay que movilizarse y reclamar en forma pacífica, implacable y permanente, buscando, por supuesto, la condena a los responsables”.

Conoce a detalle el proceso de quienes justifican las desapariciones y las muertes argumentando que “seguro en algo andaban metidos”, cuando éstas no tienen justificación posible en ningún caso y en ningún lugar.

Las recomendaciones al gobierno no deben molestar, deben ser oportunidad para corregir, señala respetuosa. También dice: “Si mi presencia ayuda, aquí estoy”.

Directora de Derechos Humanos de la Suprema Corte de Justicia de la Nación

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