Existen caminos secretos que sólo conocen los iniciados. No siempre están ocultos, pero no todos conocen su destino. Algunos pueden conducir subrepticiamente a lugares que parecen inasequibles. Otros dirigen a quienes saben descifrarlos a lugares escondidos, que sólo conocen ciertos conjurados, como aquellos a los que se han acogido no pocos bandoleros y ciertos rebeldes en las montañas o en las cañadas para guarecerse en sus cuevas y resguardar sus botines, o como el que se pierde en un altar satánico cerca de Catemaco. Se dice que una calle de Praga, que se confunde con cualquier calle, puede arrastrar al caminante al infierno, pero sólo los entendidos pueden identificarla.

En una pradera de los Alpes Australianos, en Nueva Gales del Sur, hay un camino que parece no conducir a ninguna parte. Suele aludirse a él con el nombre del Camino de Virgilio porque se le atribuye a las artes mágicas del romano. Una creencia popular sostiene que sólo se trata de una ilusión, pero Jeremy Zeigler afirma que se trata de una vía alquímica. No sin algo de temor sagrado, una anciana enlutada me aseguró que había visto allí al burro que llevó a Jesucristo a Jerusalén.

No siempre puede conocerse dónde comienza un camino porque sus bifurcaciones a veces se creen infinitas. Algunos se convierten en varios caminos, otros parecen interrumpirse, pero luego resurgen, no pocos se confunden con el mar que, como lo sabían los antiguos germanos, también es un camino. El Camino del Tepeyac se inicia acaso en todas partes: en el desierto de Sonora y en la selva chiapaneca, en la Isla de la Pasión y en las barrancas de Baja California, en la Sierra Tarahumara, en algún lugar de Filipinas, en una calle de Mixcoac.

Se dice que Hugo Weingärtner, un geólogo de la Compañía Alemana de Indias, se propuso describir ese camino sagrado y que ya no se supo de él, por lo que se infiere que se perdió. Algunos sospechan que se debió a su afición por el vino y ciertos inquisidores de ocasión lo atribuyeron a su ausencia científica de fe. Sin embargo, no han faltado nunca conocidos hombres de fe, clérigos incluidos, que no han advertido que la Virgen María se manifiesta consuetudinariamente en el Tepeyac.

Fue don Nacho Takeda, que fue confinado en el Batán por el gobierno del general Manuel Ávila Camacho durante la Segunda Guerra Mundial, quien me dijo que “seguramente ese alemán se perdió en el camino porque no sabía de flores”. Bebíamos tequila en el Club Japonés de Las Águilas. Sólo pude reponer que consideraba muy raro que un alemán no supiera de botánica. Sonrió, sorbió de su caballito de tequila y volvió a sonreír antes de sentenciar, como un oráculo oriental: “Las flores son el camino”.

La historia es conocida: “Un pobre hombre del pueblo, un macehual de gran piedad, dicho labriego (pobre cosa, pobre mecapal)” vio en el Tepeyac a la Amada Madre de Dios, que le pidió que fuera a ver al arzobispo para que le dijera que deseaba que “en el Tepeyac me hagan una habitación, me levanten una casita para que vengan a conocerme bien, vengan a rogarme los fieles cristianos”. Pero el arzobispo fray Juan de Zumárraga no le dio crédito, sospechando que lo había soñado o se había emborrachado, por lo que le sugirió: “Dile a esa Señora que te lo dijo que te dé alguna señal para que creamos que realmente es cierto lo que dices”.

Cuando con tristeza “nuestro hombrecito” le refirió a la Reina lo ocurrido, refiere el manuscrito náhuatl que se conserva en la Biblioteca Nacional conocido como la “Relación Primitiva”, “la Señora Reina, la Amada Madre de Dios” luego le dijo:

“‘No te pongas triste, mi jovencito, anda a recoger, anda a cortar unas flores a donde brotaron’.

“Estas flores sólo por milagro brotaron, porque en aquella sazón estaba la tierra muy seca, en ninguna parte se abrían las flores. Cuando las cortó nuestro hombrecito las puso en el hueco de su tilma. De allí se fue a México a decirle al arzobispo:

“‘Señor, aquí traigo las flores que me dio la Celestial Señora para que creas que es verdad su palabra, su voluntad, que te vine a decir, que es cierto lo que Ella me dijo’.

“Cuando extendió su tilma, para mostrar las flores al arzobispo, allí también vio en la tilma de nuestro hombrecito, allí se pintó, allí se convirtió en señalretrato la Niña Reina en forma prodigiosa, para que finalmente creyera el arzobispo. A su vista se arrodillaron y la adoraron”.

Quizá las flores son más que una señal, como parece sugerirlo el “Pregón del Atabal”, el poema náhuatl que se cantó el 26 de diciembre de 1531 0 de 1533: “Junto al agua cantaba (Santa María): Soy la planta preciosa de escogidos capullos; soy hechura del Unico, del perfecto Dios; soy la mejor de sus criaturas.

“(...) Dios te creó, ¡oh Santa María!, entre abundantes flores; y nuevamente te hizo nacer; pintándote en el arzobispado.”

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