Como en una fábula zen, el aforismo perfecto sería el que nos remitiera al silencio.

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El que centra su vida en jugar con las palabras, termina siendo juguete de ellas.

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Como una placa fotográfica al contacto con las sustancias que la revelan, el entusiasmo (del griego: “inspirado por Dios”) puede mostrarnos una imagen más nítida.

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El perdón y el olvido son mellizos; sin olvido no hay perdón.

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Es más fácil llegar a la fe a partir de la incredulidad, que a partir de la credulidad.

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