En 2009 el presidente Obama prometió abrir un nuevo capítulo en la relación de Estados Unidos, donde llamó a construir una relación en pie de igualdad y a reforzar la cooperación. Muchas de las iniciativas de acercamiento nunca lograron concretarse, en parte porque fueron obstaculizadas por la mayoría republicana en el Congreso, en parte porque —salvo unas cuantas excepciones— la región no tiene una importancia estratégica para EU ni ese país tiene una política clara hacia Latinoamérica.

Trump y su equipo, además de carecer de esta visión, actúan desde la demagogia y la ignorancia. Es posible esperar, por tanto, que la región en términos generales continúe siendo relativamente ignorada. Trump se concentrará en temas internos y su política exterior mirará especialmente a China y a Rusia.

En cualquier caso, la presidencia de Trump tendrá efectos negativos para la región, particularmente en el terreno comercial y en el de la migración, donde además de México se verán afectados los países del Triángulo Norte, Cuba, Haití, República Dominicana, Ecuador y Perú, todos los cuales tienen grandes poblaciones en Estados Unidos.

Sabemos ya de sobra que con un presidente abocado al lema “compra estadounidense, contrata estadounidenses”, no se podrá esperar ningún avance en la agenda comercial pese a que 10 países de la región han firmado tratados comerciales con EU. Este escenario podría hacer que China logre un mayor avance comercial en varios países de la región.

Es probable que el acuerdo entre Centroamérica y Estados Unidos, el CAFTA, logre sobrevivir en la medida que no tiene mayores efectos en la economía estadounidense ni compite con la creación de empleos. Lo grave, sin embargo, es que la posibilidad de reforzar la cooperación en esa región, a través de los muy necesarios proyectos de inversión en infraestructura y energía, como los contemplados por la Alianza para la Prosperidad del Triángulo Norte Centroamericano promovida por Joe Biden, podrían verse frustrados.

Estos fondos, que alcanzan hasta 750 millones de dólares, han sufrido un difícil proceso de tramitación en el Congreso. Es probable que la visión centrada en promover el desarrollo de esas naciones con altos niveles de pobreza, ceda frente a una agenda más centrada en la defensa y una visión reducida de la seguridad, algo que en nada contribuirá a resolver sus enormes problemas.

Una gran interrogante es Cuba. Trump anunció en campaña que revocaría la reapertura de relaciones diplomáticas con la isla, promovida por Obama, a menos de que La Habana “cumpla con nuestras demandas de libertad política para los cubanos”. Sabemos que una postura así no será bien recibida por el régimen castrista. Si bien los intereses privados en sectores como la agricultura, el turismo y los servicios en EU presionarán porque no haya un revés en la normalización de la relación diplomática, se antoja difícil un fin al bloqueo. Incluso es posible que una postura injerencista endurezca al régimen y aleje cualquier posibilidad de apertura.

El proyecto de integración hemisférica está hoy muy lejos de nuestros ojos. En este escenario, sin embargo, la integración latinoamericana podría adquirir un nuevo sentido. Hoy será más importante que nunca que la región sepa actuar unida y como grupo tanto en organismos multilaterales como frente a EU.

Varios países de Sudamérica han ensayado posturas de mayor independencia y han alcanzado un mayor margen de maniobra frente a EU en las dos últimas décadas. Aunque éste no sea el caso de México, mirar al sur —y a otras regiones del mundo— no sólo podría ser útil para buscar oportunidades perdidas en el terreno comercial, sino para potenciar una voz que pueda escucharse más y mejor.

Analista político

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