No cabe duda que apostar por la paz ha sido un gran acierto del gobierno de Juan Manuel Santos. Menos oportuno fue someter a un plebiscito un complejo proceso de negociaciones que tuvieron lugar durante cuatro años en La Habana. Santos apostó a un plebiscito —sin ser éste obligatorio— en el que la ciudadanía estaba llamada a refrendar con una sola pregunta y una sola respuesta un documento multitemático de 297 páginas.

El acuerdo de paz entre el gobierno colombiano y las FARC es un texto en el que no sólo se incluyen arreglos en materia de justicia transicional, desarme y participación política de los grupos subversivos. También se perfila un amplio pacto político nacional con vistas a reincorporar a estos grupos en la vida económica, social y política del país, así como a emprender una reforma agraria.

Con esta última lo que en última instancia se busca es resolver el problema de la tierra, que en gran medida explica el conflicto que inició hace más de 50 años, haciendo de las FARC el grupo guerrillero en activo más longevo en la historia de la humanidad. Sin duda una amplia gama de temas que difícilmente pueden reducirse a un sí o un no, como se pretendió en la elección del domingo.

Cada vez es más claro que las democracias representativas atraviesan una profunda crisis en casi todo el mundo. De ahí que cada vez más a menudo los políticos recurran a mecanismos de democracia directa para legitimar sus decisiones. Tanto el Brexit como el “no” en Colombia, sin embargo, despiertan interrogantes sobre la efectividad e idoneidad de este tipo de mecanismos.

Un plebiscito —como cualquier elección— suele ser una radiografía de un momento específico, donde se expresa el humor de una sociedad y el clima político general. El Brexit probablemente no habría tenido lugar de no ser por la crisis económica por la que atraviesa el Reino Unido. De la misma forma, el triunfo del “no” en Colombia tuvo mucho que ver con la baja popularidad del presidente Santos y el “mal humor social” entre los colombianos.

En marzo de este año una encuesta daba al presidente tan solo 25% de aceptación, 77% de los colombianos creían que las cosas iban “por mal camino”, mientras que ocho de cada 10 pensaban que la economía nacional iba mal o muy mal. Quizás la gran pregunta es si puede someterse al sentir temporal de los ciudadanos una decisión de trascendencia histórica que afectará a futuras generaciones. El tema amerita una discusión más amplia.

Si bien es cierto que las atrocidades cometidas por las FARC están vivas en la memoria de muchos colombianos (como lo están también las perpetradas por el narco y los grupos paramilitares), el mapa electoral del domingo muestra que en 9 de los 12 departamentos más golpeados por la violencia triunfó el “si”, mientras que sólo en 3 departamentos lo hizo el “no”. Claramente, el fiel de la balanza no fue la memoria del conflicto, sino el uso de un discurso demagógico que logró movilizar de forma más efectiva a una parte de la sociedad.

La elección del domingo estuvo contaminada por la política de la vanidad: el pleito entre Santos y Álvaro Uribe, cabeza del “no”. A fin de cuentas, como escribió Hector Abad, Santos y Uribe quieren lo mismo: ser ellos, cada uno, los protagonistas de un acuerdo de paz, y a su vez evitar que el protagonista no sea su adversario. Así, mientras Santos apostó a un plebiscito para derrotar políticamente a su predecesor, Uribe lanzó un embate a la paz de Santos con argumentos casi absurdos. Señaló que el presidente quería llevar a Colombia al “castro chavismo” y que los acuerdos —al garantizar unas cuantas curules a las FARC— llevarían al país al comunismo. Es claro que, al igual que con el Brexit promovido por Boris Johnson, con el “no” de Uribe triunfó la mentira.

Quizás también triunfó la indiferencia, el desapego frente a la política y la incredulidad de que las cosas pueden cambiar con una elección, sea para elegir a un representante popular, sea para tomar una decisión plebiscitaria. El 62% de los electores que optaron por la abstención son una muestra de la debilidad de nuestras democracias, de la desconfianza que generan y del desencanto frente a éstas; el no frente a los políticos y a todo lo que pueda emanar de ellos.

Analista político

@hernangomezb

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