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“Acéptenme como un lugar de enfrentamiento.” “La humanidad salta de una crisis a otra. Ésta es su permanencia. Pasa de una ‘aporía’ (sin salida) a otra.” “A lo largo de mi vida recorrí la ciudad, platicando, interpelando a jóvenes y viejos, interrogando libremente tanto a los grandes personajes como a los brutos, cultivando furiosamente una virtud... la ‘parresía’, un gusto por la franqueza, sin prohibiciones ni tabúes.” “Me siento muy honrado con el matiz de que yo no soy una respuesta, sino un método.” Las anteriores forman la voz e intención del griego Sócrates, interpretado por el filósofo francés André Glucksmann (1937-2015) en su obra Los dos caminos de la filosofía. Yo he elegido estas frases del libro pues he pensado que me convienen y convencen, no porque estén relacionadas con el Sócrates de Platón, de Jenofonte o de Glucksmann, sino porque se avienen a formas de vida que cualquier persona puede practicar y que en lo personal me son afines. Un ejemplo: si la democracia ha exhibido su incapacidad para extender la justicia entre la mayoría (el demos, o pueblo) ha sido porque se ha practicado como un fin, no como un método. Y el fin de las democracias actuales es conservar la riqueza en manos de unas pocas personas. Si fuera un método nos llevaría a la reflexión, al buen escrutinio y a la acción inevitable. Debido a que algo así resulta imposible en nuestra época es que algunos, yo mismo, nos refugiamos en practicar la “parresía” y el diálogo agónico; mi casa ha sido también un “lugar de enfrentamiento” y en donde personas de toda clase, principalmente jóvenes, han discutido sus ideas, el motivo de sus rencores o libros leídos, siempre alejados de la violencia o de la grosería inútil y teniendo como fondo una atmósfera lúdica, franca y variopinta (hay excepciones). También me he cansado de ello porque el tiempo en su faceta más ordinaria existe y creo que he cumplido con mi ya viejo deseo de establecer un punto de encuentro sin prohibiciones pacatas. No se transforma el mundo, sino la vida de uno mismo o de unos cuantos. Y luego los funerales y la tumba.
En el mismo libro citado, Glucksmann toma la voz de Heidegger para referirse al desarraigo de nuestra época y expone: “Rusia y América son ambas, desde el punto de vista metafísico, lo mismo: el mismo frenesí siniestro de la técnica desatada y de la organización sin raíces del hombre normalizado.” El desarraigo es relativista, es renuncia a las raíces, cinismo, moda intelectual, verborrea técnica y demás; por ello el Heidegger de Glucksmann desea volver a ser griego y regresar a las preguntas esenciales; quiere practicar el desarraigo del desarraigo. ¿Y todo esto a donde llega; todo este pensar y preocuparse, todo este simulacro de reflexionar y encarnar un ideal? Nada cambia más que en apariencia: la injusticia continuará y el poder será espada de las mismas manos de siempre. Es por ello que pondré un poco de orden en mi casa, punto de encuentro y enfrentamiento, levantaré las botellas vacías y acomodaré por primera vez en mi vida los libros en orden alfabético (¿una derrota? Sí). Renunciaré a la alharaca idealista y cómica, descansaré unos meses físicamente del aquelarre al que llevan la parresía y el diálogo; y luego me marcharé de la ciudad. No es sencillo comprender que los medios resalten como noticia los escarceos de un futbolista secundario con una actriz equis, ni soportar el ruido —visual, sonoro, civil, etc...— de los altavoces ambulantes con que se aniquila en la calle cualquier vestigio de tranquilidad; no es humano lo que parece humano.
No me resulta extraño que el filósofo y economista Amartya Sen termine aludiendo a Hobbes en su libro La idea de la justicia. Mientras Hobbes se refiere a las vidas de los seres humanos como “desagradables, brutales y breves”, y a la adversidad de ser un solitario, Sen llama a cultivar un ánimo distinto y a abandonar el aislamiento: “Escapar del aislamiento puede ser no sólo importante para la calidad de la vida humana, también puede contribuir de manera poderosa a comprender y responder a las otras privaciones que sufren los seres humanos. Existe aquí de seguro una fortaleza básica que es complementaria del compromiso en el cual están implicadas las teorías de la justicia.” Amartya Sen tiene razón, es evidente. Mas a pesar de que los seres humanos alguna vez fuimos griegos, las “Atenas” socráticas ya no tienen lugar y representan más bien un sueño torcido e imposible de llevar a cabo. Pongo sólo un ejemplo —pues me acusan mis amigos de jamás utilizar nombres concretos y de no pasar de lo abstracto—: se les dice a ciertas personas que habitan una porción del territorio urbano que pertenece a una delegación llamada Miguel Hidalgo, como es mi caso, y que además en tal delegación hay una delegada que posee un nombre, Xóchitl Gálvez, y que es amante del futbol y practica un estilo pintoresco en los medios públicos. Se les dice también a estas ingenuas personas que existe en la Ciudad de México una institución cuyas siglas son INVEA y cuyo propósito principal es fomentar el buen vivir. No sé si algo así sea real —es evidente que no—, pero la inmundicia a la que nos condena la contaminación ambiental (ruido aberrante y demás) no puede “fomentar” más que vidas “desagradables, brutales y breves.” En fin: nosotros ya no estamos.
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