Para las nuevas generaciones resulta imposible imaginar un mundo dividido entre izquierda y derecha. Es anécdota de libros de historia. Los partidos políticos nacieron en ese contexto, creados para articular movimientos y visiones políticas, económicas y culturales antagónicas que definían a las naciones.

El mundo se transformó abruptamente. Los países comunistas, los pocos que sobrevivieron, se tuvieron que adaptar a la economía de mercado, aunque conservando sistemas políticos semi autoritarios. Los países capitalistas, por su parte, se vieron obligados a incorporar políticas sociales. El discurso político se movió al centro.

En ese centro político, el discurso, los consensos y las políticas públicas se volvieron más cómodas. Las posiciones comunes ocuparon el gran espacio en las campañas políticas; las sonrisas se volvieron más populares que las posiciones. El centro se volvió el lugar para escapar del compromiso, evitar el encandilamiento y la exhibición que provocan los grandes reflectores de la crítica.

El mundo continuó cambiando. La tecnología permite tener acceso a ilimitada información, se produce más que en cualquier momento de la historia, la desigualdad crece, millones de personas migran. Pero mientras la política no cambió, los ciudadanos sí que lo hicieron.

Los humores ciudadanos rebasaron a los partidos y llevaron a comediantes a la Presidencia de Guatemala, empresarios al gobierno italiano y argentino, extremistas de derecha al Parlamento alemán y austriaco, y al cinismo depredador de Trump en EU. Los ciudadanos se cansaron de las cómodas, indefinidas e indefendibles posiciones comunes. Ya no bastan los buenos deseos porque ya no existe credibilidad en la clase política. Aquellos que dicen jugar fuera del sistema (absurdo porque juegan dentro del mismo), los que alzan la voz estridente aunque carezca de veracidad, los nuevos actores de la política mediatizada, están desplazando al político tradicional.

En México, el “Pacto por México” fue el gran acento de las posiciones comunes. Los tres partidos mayoritarios decidieron una agenda de grandes reformas y prácticamente todas fueron votadas por esa gran mayoría. Los resultados del Pacto los evaluará el tiempo, pero los ciudadanos ya tomaron una decisión al respecto y el costo electoral ha sido principalmente para el PAN y PRD que, como oposición, ya no es fácil identificarlos. Los dos partidos que deberían representar el equilibrio frente al gobierno parecen más cerca del mismo, alejados de una crítica seria que exija cuentas y demande honestidad y eficiencia en el uso de los recursos públicos.

El PAN no ha entendido a los electores: el padrón de unos pocos militantes genera dictaduras locales, el discurso moderado, la nula confrontación, la carencia de nuevas propuestas (la narrativa de reformas fue la que dominó la propuesta del partido durante décadas) y liderazgos… ¿Qué defiende Acción Nacional? ¿Qué causas motivan su campaña? ¿Es acaso la reforma anticorrupción, que ningún ciudadano cree que realmente alivie ese cáncer del país?

Para volver a ganar la confianza ciudadana, el PAN tiene que cambiar, debe entrar a las incómodas e impopulares definiciones, salirse de ese centro vacío, demostrar con claridad a la ciudadanía por qué causas luchará. Así como a México le falta una izquierda seria, también le urge una derecha definida, no conservadora, responsable, con una agenda económica y de seguridad que puedan limitar impuestos y generar orden, una derecha que entienda que debe combatir la pobreza y la desigualdad. Una genuina oposición a la deficiente política del gobierno actual.

El mundo pertenece a quienes toman definiciones, y si el PAN no deja claro por y para qué existe, como le ha sucedido a otros partidos y a otras ideologías, corre el riesgo de desdibujarse todavía más, hasta convertirse en una página más de la historia en nuestro país.

Senadora del PAN

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