Un pasaje marítimo divide a dos naciones que representan hoy en día las antípodas de Europa. De un lado, el Reino Unido que ha decidido, o al menos mayorías relativas de sus votantes lo han hecho, dar la espalda a un continente que siempre han visto con recelo pero que al mismo tiempo les ha dado mucho a ganar. Cruzando (hay quienes lo hacen a nado) el Canal de la Mancha, Francia, una clara mayoría de sus ciudadanos, ha optado por el puerto seguro de Europa al tiempo que apuesta por una alternativa política novedosa y atrevida. Unos buscan la seguridad del pasado, los otros la ruta incierta del futuro.

No deja de asombrarme la involución británica de un año para acá. Desde que comenzó la campaña del Brexit hizo su aparición un fenómeno que al menos yo creía en desuso, el de la xenofobia que de mano del nacionalismo ramplón, es negatoria de la historia de una de las grandes civilizaciones y culturas políticas de la era moderna y de sus épicos sacrificios en defensa de la democracia y las libertades europeas.

Pero la votación mayoritaria a favor del Brexit bien pudo haber sido negra flor de un día, producto de una acumulación de pequeñas frustraciones, de una campaña descaradamente mentirosa, de encuestas que hicieron a más de uno creer que podía darse el lujo de emitir un voto de protesta sin riesgo de que se materializara la salida de la Unión Europea. Los posteriores fiascos de los líderes de esa campaña que bien pronto abandonaron el barco, como lo hizo Nigel Farage, apuntaban en ese sentido.

Todo apuntaba a que la nueva Primer Ministro, Theresa May, conduciría un proceso de salida relativamente conciliador y ordenado y el resto de Europa y del mundo se habían resignado al abandono británico de un proyecto que nunca había sido plenamente suyo. Hasta que a la Sra. May la picó algún bicho raro que le inyectó en la sangre un discurso mucho más radical y agresivo frente a la UE a la vez que una bizarra afinidad con Donald Trump. Y ya entrada en gastos, convocó a elecciones anticipadas para tratar de aprovechar una coyuntura favorable de opinión pública y el tiro le salió por la culata, aunque ella no acusó recibo. Su nuevo gobierno, de la mano de un partido menor y que goza de poco respeto, el Democratic Unionist Party de Irlanda del Norte, representa un retroceso en tantos aspectos que no da el espacio para enumerarlos. Baste decir que la frágil reconciliación norirlandesa se verá puesta en aprietos por esta desesperada alianza.

En el otro extremo de la nueva Europa, el “novato” que le arrebató la presidencia a los partidos tradicionales y que puso en su lugar al racista y xenófobo Frente Nacional acaba de dar otro campanazo. El recién creado partido del recién electo presidente galo logró un espectacular resultado en la primera vuelta de las elecciones parlamentarias francesas. El espíritu francés que tan bien supo captar para si Emmanuel Macron salió a votar por los candidatos de su agrupación “(La) República en Marcha”, casi todos neófitos, diferentes, y enormemente atractivos para un electorado harto de la política a la antigüita. Si se cumplen los primeros pronósticos Macron podría lograr, entre ayer y el domingo 18 en que se llevará a cabo la segunda vuelta, una holgada mayoría legislativa y así impulsar su ambiciosa agenda de reformas para Francia. El único granito de sal en la jornada no es menor: se estima una participación cercana al 50%, que no es precisamente avasalladora. Pero nada importará si Macron tiene éxito.

Unos ven al pasado, otros apuestan por el futuro. Mientras tanto, aquí en México, seguimos atrapados en las viejas disputas, las malas prácticas, los vicios y perversidades de nuestro sistema político que lo único que tiene de Siglo XXI es su precio.

A cada quien lo suyo.

Analista político y comunicador.
Twitter: @gabrielguerrac
Facebook: Gabriel Guerra Castellanos
www. gabrielguerracastellanos.com

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