La huella intelectual de Roger Bartra nace del interés en la evolución. Aplicada al campo descubrió que la modernización sin desarrollo típica de México llevaba a la atropellada migración de campesinos y jornaleros a la ciudad. Su contribución provocó un debate perdurable sobre la sobrevivencia del campesinado. Las migraciones masivas a las ciudades y Estados Unidos confirmaron su tesis, aunque en vez de proletarios, las masas de población excedente invadieron las ciudades como informales.

Bartra continuó su esfuerzo intelectual sobre la influencia de la cultura sobre la política, primero en el autoritarismo (El poder despótico burgués) y luego en la democracia, y cuestionó los obstáculos conceptuales que le asignan un papel secundario en el cambio político. De ahí surgió la idea de las “redes imaginarias del poder político”, en la que sostiene la preeminencia de la ideología sobre las restricciones materiales en la hechura de la política. La peculiar cultura política mexicana lo impulsó a introducirse en los “estudios mexicanos”, es decir la literatura que explora la identidad nacional y que tuvo en Octavio Paz, principalmente en El laberinto de la soledad.

De ahí surgió La jaula de la melancolía, ésta última con la provocativa metáfora del ajolote, bicho que se reproduce en estado larvario, o sea antes de la madurez que la genética exige a las especies y que simboliza la eterna infancia de México y los mexicanos.

La ruta de Bartra lo llevó a dar dos saltos difíciles de imaginar en una trayectoria individual: el mito del salvaje y la relación del cerebro humano con el entorno. El “estado salvaje” ha estimulado a los grandes pensadores de todos los tiempos. Hobbes, Locke, Rousseau, Kant y, desde luego a grandes artistas de todos los tiempos. Es uno de los mayores enigmas de la arqueología y la antropología. Bartra explotó un ángulo fértil del problema: la imaginería de los “civilizados” sobre el pasado salvaje y los rescoldos todavía encendidos en la forma de transgresiones de los cánones de la civilización. De ahí el juego de espejos para entender la modernidad: el salvaje es necesario, es un presente dis/continuo que coexiste en el corazón del hombre y su “mothernidad” lapidaria.

La investigación sobre el cerebro humano ha tenido por objeto el gran enigma: la mente. El reto que Bartra dirige a las neurociencias es que el cerebro es incomprensible sin sus conexiones extrapersonales. Mientras la investigación de los neuro-sabios se enfoca al funcionamiento interno del órgano depositado dentro de las paredes de nuestros cráneos, Bartra desafía la conceptualización del objeto de estudio. Desde luego, el asunto no es menor. Las “prótesis” que nos hacen sociedad juegan un papel conductual de primer orden y, desde luego, en la manera como funciona la “mente”. Las conexiones neuronales y las funciones de los hemisferios cerebrales no tienen sentido sin la interacción humana. La comunicación es la prueba. Sin comunicación el ser humano se habría extinguido. Gracias a ella conocemos, desde el chisme, hasta la ciencia de la información, en quién confiar o desconfiar; asuntos básicos de la sobrevivencia. Antes en la manada, luego en la tribu, después en el Estado y hoy en un complejísimo sistema de interacción globalizada el asunto tiene un denominador común: nada somos sin comunicarnos y el conocimiento respectivo es todavía protocientífico.

La lectura de la obra de Bartra es indispensable en nuestra cultura suicida y homicida. Es uno de los esfuerzos para “salir del laberinto”. Del arado al ajolote y al cerebro marca un trayecto para entender la vida social y política en México y más allá. Las faenas de Bartra son de las que abonan al pensamiento auténtico.

Director de Flacso en México.

@pacovaldesu

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