Es un Festival donde la literatura y sus adláteres juegan a hallar galaxias en los templos. Los escritores entran, salen, conducen módulos de albahaca y comparten experiencias significativas con un público apasionado y tenaz. Juan Villoro saca prácticamente en vilo a Ramón López Velarde de las panaderías para regresarlo a su novela El Testigo, y lo vemos cantar sus delgadeces y arreglarse el bigote; Joyce Carol Oates, frágil como un solo de ukelele, nos cuenta de sus fuentes de inspiración y de paso menciona la máscara que su padre utilizaba cuando pretendía imponerle conductas que a ella le quitaban los sueños; por su parte, Elizabeth Hays nos ponía al tanto de la relación entre madres e hijos, que sigue incidiendo en el rostro del mundo y, desde luego, en su Canadá natal. Estuvimos allí del 11 al 14 de febrero y no nos queríamos marchar.

Las organizadoras se empeñaban cada día en ser más cálidas, al igual que los residentes que acogen en sus casas a los escritores extranjeros desde hace 11 años. Susan Page, directora y fundadora del Festival, estaba en todo sin perder el porte, con esa elegancia que acaricia. Sin duda, la literatura es uno de sus amores. Maia Williams, la codirectora es un carácter, el ojo mágico que hace todo posible y la certeza de que en la vida nada tiene por qué salir mal. En Carmen Rioja, que nos atendió directamente, percibimos un gran amor por la ciudad y por el Festival y el apartado de autores en español que dirige y con el que se desvela convencida, respaldada de cerca por Armida Zepeda, que como coordinadora general tiene el don de la ubicuidad, virtud que le facilitaba estar en la conferencia de Scott Simón sobre “Servilletas y tragos”, a la vez que presentaba la novela Pandora, de Liliana Blum. Gracias a ellas sentimos el Festival como nuestro, como un esfuerzo que necesita ser considerado por la Secretaría de Cultura en lo más creativo de sus políticas. Estoy seguro que a Rafael Tovar y de Teresa le encantará estar en San Miguel de Allende, saludar a los amigos y dejarse llevar por los versos que ponen otros nombres a las plazas y a los callejones.

Estuvimos presentes Rosa Beltrán, que contó algunos pormenores del proceso de escritura de La Corte de los Ilusos, su excelente novela veinteañera; Juan Villoro, con una conferencia magistral sobre “La culpa y otros demonios”; Ethel Krauze, con su encanto y su poesía sanguínea, además de participar en un homenaje a Elena Garro con Matilde González y Carmen Rioja; el poeta Benjamín Valdivia, con revelaciones interesantes sobre el mundo editorial; Liliana Blum, una escritora que es literatura en sí misma; Ignacio Padilla, compartiendo sus lecturas de Don Quijote; Claudia Posadas, con sus versos de brasas encendidas; Jorge Fernández Granados y los recursos tecnológicos; Sandra Cisneros, dueña de innumerables ecos, plantada en un lugar que ama; Armando Vega-Gil, como siempre, apostando su resto a la imaginación, y controlando al virus del guacarunya para no infestar a sus lectores, acompañados de numerosos autores, dueños de voces pétreas o volátiles. A la par del Festival se realizaba la Feria del libro, que un día sí y otro también nos prestaba espacios y al poeta Víctor Sahuatoba, que fue el comentarista en la presentación de mi novela Besar al detective, en la casa de Ignacio Allende. Paola Tinoco, que también estuvo presente, tomó algunas fotos a su fantasma en el patio de Los naranjos, que pronto dará a conocer.

Uno de los programas más interesantes es el de “Fabuladores y su entorno”, que reúne a autores mexicanos con sus traductores al inglés. Este año estuvimos allí, en el kiosco de la plaza central, Mark Fried, mi traductor, y yo. Se trataba de explicar a nuestros lectores, lo que nos habíamos divertido traduciendo Balas de plata, Silver Bullets, publicada por MacLehouse Press, New York/ Londres 2015. Todos estuvieron atentos al mar infestado de tiburones tigre que debió cruzar Mark en su encuentro con mi discurso literario, y no fue poca la paciencia de que dio muestra para sostener el ritmo de una novela tan escurridiza como la primera de la zaga del “Zurdo” Mendieta. Contamos anécdotas como la del día perdido y los deseos de Mark de visitar Culiacán, donde le esperan amigos, lectores curiosos y un piano afinado. Por esos días, Mark cumplió 62 años; Leonor y Emma Campaña le organizaron una fiesta donde los brindis fueron porque cumpliera muchos, no se aburriera de traducir a su marido y, claro, porque este maravilloso Festival de Escritores que reúne voces anglosajonas e hispánicas crezca con los años y con los autores. Sé que les hubiera gustado estar allí. El próximo año no se lo pierdan.

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