“El crimen perfecto… no es el que queda sin resolver, sino el que se resuelve con un culpable equivocado.” Asevera Guillermo Martínez en su novela, Crímenes imperceptibles, cuya sexta edición fue publicada por Planeta, en marzo de 2015, en Buenos Aires Argentina. Esta novela policiaca es una auténtica provocación, el universo en que se desarrolla es proceloso y la historia no hubiera funcionado si no es por la maestría del narrador que jamás pierde el control de sus personajes y de las sutilezas que va planteando cuidadosamente en la progresión de la trama.

Guillermo Martínez, nacido en Bahía Blanca, provincia de Buenos Aires, Argentina, en 1962, es doctor en Matemáticas, pero sobre todo, es un narrador acucioso y calculador. En esta novela, deja ver su familiaridad con la técnica del suspense y con las matemáticas que al final son parte del problema aunque quizá no de la solución, que como ocurre siempre: los crímenes son cosa de humanos, incluso los “crímenes imperceptibles. Crímenes que nadie viera como crímenes. Un crimen verdaderamente imperceptible… no necesita ser ni siquiera un crimen.” Considera el autor, para dar el perfil de las víctimas que presenta en esta novela, mismas que seguramente irá descubriendo a lo largo de unas páginas llenas de pistas seductoras que le sembrarán una insana incertidumbre que usted deseará a sus peores enemigos, que no sabrán cómo interpretar esa idea de “mentir con la verdad.”

El narrador de la historia es un joven argentino que llega a Oxford, Inglaterra, para estudiar un posgrado. Su estancia se verá enriquecida por la presencia de Arthur Seldom, un matemático famoso, con un libro de divulgación científica publicado; Beth, la chica del violoncello; Lorna, la jugadora de tenis de piernas perfectas; Emily Bronson, su asesora de tesis; y perturbada por una cadena de cadáveres que le descubrirán su sentido de la investigación policiaca. A este joven, inmerso en circunstancias particulares, le toca ser testigo de un crimen, un minuto después de que conoce a Seldom. Durante la novela, ambos cultivarán una amistad verdadera que tiene como eje los asesinatos, ya que siempre aparecen señales de que el criminal está en un reto desesperante contra el profesor Seldom. Hay un capítulo en su libro que al parecer genera efectos inesperados.

Con una prosa subyugante, Guillermo Martínez crea un zigzag trepidatorio donde los personajes justifican su presencia o su ausencia. El inspector Petersen, de Scotland Yard, que organiza la cacería del asesino, no desdeña las teorías matemáticas de Seldom ni la intuición del joven argentino, que le abren un panorama complementario a la típica visión policiaca con que se guía. “Prefieren siempre las hipótesis simples a las complicadas.” Aparecen claves pitagóricas en base a las que intentan predecir el comportamiento del criminal, que según interpretaciones, podría ser, “alguien que fue excluido de lo que considera el reino de la inteligencia.” Conforme avanza la historia, el narrador se entera, por diversas vías, de asuntos particulares de cada uno de los personajes con los que convive, entre ellos, el que más le impresiona es Seldom, que es viudo de una argentina. Hay ciertas partes azarosas en la novela que, sin embargo, no afectan el desarrollo y mucho menos el final. Claro, es la gran ventaja de contar con arte.

“La humanidad no se plantea, históricamente, sino aquellas preguntas que puede resolver.” Afirma Martínez, y es un principio que fortalece la confianza del culpable, que no puede evitar una actitud provocativa cuyo sentido está conectado con la solución del problema sobre el que corre la novela; en otra página refuerza esta idea cuando asegura que: “En todo crimen hay indudablemente una noción de verdad, una única explicación verdadera entre todas las posibles.” De esta manera, los desvelos del joven investigador se ven dubitativos, y su capacidad de especular, limitada.

Guillermo Martínez es un novelista que ennoblece el género. Es preciso, limpio y creativo. Crímenes imperceptibles es una novela que satisface cualquier exigencia relacionada con la literatura. Produce un placer profundo, un placer que tiene que ver con estar vivo, y con tener la increíble posibilidad de entrar a una librería y elegir una obra maestra. Eso le ocurrió al narrador chileno Bartolomé Leal, a mí, y seguramente le pasará a usted, que es más sabio que nosotros. Ya me contará.

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