Los discursos de odio atraen votantes y llaman la atención de la opinión pública. A Donald Trump le ha funcionado muy bien esa estrategia desde que dijo, durante su presentación como candidato presidencial, que los mexicanos que cruzan la frontera hacia Estados Unidos son, en su mayoría, asaltantes y violadores. Pero con el tiempo las palabras hirientes se convierten en acciones y los debates de ese corte se transforman en violencia. Ayer fue la primera vez que ese riesgo se manifestó en la campaña rumbo a la definición de la sucesora, o sucesor, del presidente Barack Obama.

El aspirante republicano a la presidencia de Estados Unidos, Donald Trump, canceló un acto político en la Universidad de Illinois, en Chicago, luego de que miles de personas protestaron afuera del evento y cientos más confrontaron al empresario al interior del recinto. A pesar de que Trump había sido increpado antes durante sus discursos, esta fue la primera vez que el puntero en las encuestas es interrumpido por tantos manifestantes al mismo tiempo.

Lo preocupante fue que durante la discusión entre simpatizantes de Trump y manifestantes, las discusiones se acercaron a la violencia física e incluyeron insultos raciales. Fue evidente para todos que la mayoría de los asistentes al acto eran personas de color blanco, mientras que el grueso de los protestantes eran hispanos y afroamericanos. Un vistazo a la era Trump.

Tensiones raciales han aflorado en distintos momentos de la historia de Estados Unidos. La diferencia en el caso del magnate es que éste abiertamente lanza ofensas a las minorías sin que ello parezca reducir su popularidad. Más bien ocurre lo contrario, lo cual demuestra que gran parte de la población comparte el pensamiento discriminador.

¿Hay un límite de tolerancia de la sociedad estadounidense para el odio que Trump puede profesar? La protesta de ayer da esperanzas de que así es. Desafortunadamente, en el proceso la población pudiera entrar en una espiral de polarización que después transforme al adversario en enemigo. Así comienza la exclusión de las minorías que, a la postre, se transforma en violencia; en las peores de las veces, incluso en persecución.

Las escenas de ayer, de gritos y empujones, de choques entre blancos e hispanos, son el preludio de lo que ocurriría si Trump llega a ocupar la presidencia de Estados Unidos. Aun si otros sectores del poder en su país se le oponen, por sí mismo el eventual mandatario tendría el poder para incrementar el acoso contra los migrantes y otros sectores vulnerables. Un presidente no puede obligar a México a construir un muro, pero sí hay que tomarnos en serio la amenaza de quien llegaría al cargo más importante de nuestro mayor cliente y benefactor.

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